Había una vez una
granja en donde vivían muchos animalitos. El granjero era un buen hombre que se
levantaba muy temprano cada mañana, para darles de comer y ocuparse de todas
sus necesidades. Era como un padre para ellos.
Un día, una de las
ovejas tuvo siete corderitos y ese mismo día, su vecina, la marrana, tuvo nueve
marranitos. El granjero estaba muy contento porque había aumentado la familia.
Pasó el tiempo y los corderitos y los puerquitos crecían felices y saludables.
Se habían hecho amigos y conversaban a través de la barda de madera, que
separaba el corral de las ovejas de la porqueriza de los puercos.
Una tarde a uno de los
marranitos se le ocurrió invitar a sus amiguitos a jugar en el lodo. Los
corderitos aceptaron la invitación y brincaron la barda. Cuando se encontraron
del otro lado, los puerquitos los recibieron alborozados y uno a uno, los
arrojaban al lodo, muy divertidos, en medio de risas y gritos. Después se
echaron al lodo ellos también y se revolcaron contentísimos, sin advertir que
los corderitos no lo estaban pasando tan bien como ellos, sino que se sentían
incómodos allí, pero no decían nada, por no ofender a sus amiguitos. Entonces
la mamá oveja se dio cuenta de la ausencia de sus hijitos y asomando la cabeza
por la barda, preguntó: "¿Puerquito, has visto a mis hijos?"...el
puerquito no respondió y la oveja repitió la pregunta, entonces se escuchó una
vocecita: "Mamá, soy yo, aquí estamos". La oveja puso el grito en el
cielo, ¡no había reconocido a sus propios hijos, bajo esa densa y horrible capa
de lodo! Uno a uno fueron emergiendo del lodazal, llenos de vergüenza y se
fueron derechito a su corral. Mamá oveja estaba muy enojada, pero el granjero
al ver a los pequeños en esas fachas, se moría de la risa. Tomó una manguera y
un trozo de jabón y les dio a los corderitos un buen baño, hasta que recobraron
su aspecto verdadero.
Los puerquitos, que
habían estado observando, no se explicaban por qué tanto alboroto, ¿qué tenía
de malo el lodo?, ¡era de lo más divertido! Mamá oveja prohibió a sus hijos
volver al lodazal y por su parte, los puerquitos, ofendidos, decidieron cortar
su amistad con aquella "cursi y aburrida" familia...
Cuando empezamos a
caminar en la vida cristiana, descubrimos que hay cosas que ya no disfrutamos
como antes, cosas que nos contaminaban y no nos dábamos cuenta. Éramos como
puerquitos que nos encantaba revolcarnos en el lodo. Pero después de recibir a
Cristo, todo empieza a cambiar. Se nos cae la venda y al fin podemos abrir
nuestros ojos espirituales. Ya no deseamos participar en las cosas del mundo
que antes nos fascinaban. Vamos perdiendo amistades, quienes, al igual que los
puerquitos del cuento, no comprenden nuestro cambio y nos tilda de fanáticos,
exagerados, aburridos, ridículos, etc. Pero esto no debe importarnos, lo que
realmente importa es que Dios, nuestro Señor, nos sacó de en medio del lodazal
de nuestra vida anterior. Pasamos de ser puercos revolcados a ser limpios
corderitos delante del Señor, porque hemos sido lavados con la preciosa sangre
del Su Hijo Jesucristo.
No aceptemos
invitaciones a jugar con lodo como antes. No brinquemos esa barda, no nos
pasemos del otro lado. No importa lo que digan los demás, lo único que nos debe
importar es la opinión de Dios. Mantengámonos limpios y relucientes para el
Señor, agradeciéndole cada día el habernos rescatado de la porqueriza.
"Como bien ustedes
saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus
antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el
oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin
mancha y sin defecto" 1 Pedro
1:18-19
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