Conocí a Manuelita en
el invierno de su vida. ¿Tendría setenta...ochenta años?, no lo sé, pero su
espalda curvada hacia adelante pertenecía a un cuerpo viejo y cansado. Pero
Manuelita trabajaba sin cesar. Siempre con la escoba en la mano, ocupada en sus
quehaceres y siempre con una sonrisa en la cara, saludando a todo el que pasaba
a su lado, en el corredor del edificio del que estaba a cargo. Yo la veía
cuando iba a visitar a una amiga que vivía en ese edificio. Siempre tenía un
"buenos días, qué bien se le ve hoy o buenos días, qué lindos niños
tiene", siempre una palabra amable para todos.
Manuelita vivía en el edificio, en un cuarto tan pequeño que solo le cabía la cama, un ropero y un pequeño anafre para cocinar. Cualquiera hubiera dicho que era imposible que compartiera ese cuarto con alguien más. Pero Manuelita, como tenía un corazón de oro, no le importaron sus estrecheces y llevó a vivir con ella a su amiga Shila, quien había quedado ciega y sin nadie que se ocupara de ella. Y no era que no tuviera hijos, sí los tenía y Manuelita también los tenía y en situación acomodada además, pero eran de esos hijos ingratos, que se olvidan de sus madres cuando ya son viejas. Así que esas dos ancianas, se acompañaban mutuamente y sobrevivían como podían con lo poco que ganaba Manuelita como conserje del edificio.
Manuelita vivía en el edificio, en un cuarto tan pequeño que solo le cabía la cama, un ropero y un pequeño anafre para cocinar. Cualquiera hubiera dicho que era imposible que compartiera ese cuarto con alguien más. Pero Manuelita, como tenía un corazón de oro, no le importaron sus estrecheces y llevó a vivir con ella a su amiga Shila, quien había quedado ciega y sin nadie que se ocupara de ella. Y no era que no tuviera hijos, sí los tenía y Manuelita también los tenía y en situación acomodada además, pero eran de esos hijos ingratos, que se olvidan de sus madres cuando ya son viejas. Así que esas dos ancianas, se acompañaban mutuamente y sobrevivían como podían con lo poco que ganaba Manuelita como conserje del edificio.
Shila estaba enferma
constantemente, casi siempre estaba en cama. Manuelita barría, iba al mercado,
subía las escaleras, las bajaba, vigilaba si los inquilinos no dejaban luces
encendidas, llaves goteando, etc. y aparte atendía a Shila, le daba de comer,
le leía, la mantenía al día de lo que pasaba en el mundo.
Un día, Shila no
despertó. Manuelita, consternada, llamó a sus hijos para darles la noticia y
para que fueran auxiliarla. Pero pasaban las horas y ellos no llegaban,
Manuelita no sabía qué hacer. A su tristeza, se añadía la desesperación y la
angustia de no tener los medios para enterrar a su amiga. Por fin después de
muchas horas apareció uno de los hijos de Shila, pero no quería hacerse cargo
de ella. Manuelita tuvo que rogarle para que lo hiciera. Finalmente se la
llevaron y Manuelita se quedó sola en el mundo.
No supe de ella en mucho
tiempo, pues me fui a vivir a otra ciudad, pero después supe que tras la muerte
de Shila, Manuelita se fue apagando cada día más, hasta que Dios tuvo compasión
de ella y la libró de su terrible cansancio y soledad.
Manuelita es un ejemplo de amistad, hospitalidad y desprendimiento. Muchas veces no queremos dar, teniendo mucho para dar; ella no tenía casi nada, sin embargo dio lo poco que tenía a quien lo necesitaba. A veces no queremos recibir a nadie en nuestras casas, teniendo espacio, buscamos excusas; ella apenas tenía espacio en aquel cuartito, sin embargo, lo compartió con su amiga.
Manuelita es un ejemplo de amistad, hospitalidad y desprendimiento. Muchas veces no queremos dar, teniendo mucho para dar; ella no tenía casi nada, sin embargo dio lo poco que tenía a quien lo necesitaba. A veces no queremos recibir a nadie en nuestras casas, teniendo espacio, buscamos excusas; ella apenas tenía espacio en aquel cuartito, sin embargo, lo compartió con su amiga.
Hay muchos grandes
seres humanos, modelos de amor y bondad, que pasan desapercibidos por la vida,
en cambio hay otros que se hacen populares y ricos y la gente los aclama,
siendo por dentro seres ególatras y mezquinos. Pero para Dios, los buenos
corazones que practican el amor como Cristo lo enseñó, no pasan desapercibidos.
Recordemos que para Jesús no pasó desapercibida la ofrenda de la pobre viuda,
que dio lo poco que tenía, sino que la destacó por sobre la ofrenda de los
ricos, porque no fueron las dos blancas que echó en el arca de las ofrendas,
sino la actitud de esa mujer, lo valioso
para El.
Lo que
realmente vale en esta vida, no es lo que se lleva en los bolsillos.
"Y de hacer el
bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada
Dios" Hebreos13:16
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