lunes, 7 de enero de 2013

¿Por qué a mí?



Dios siempre tiene un propósito cuando permite que pasemos por situaciones difíciles, aunque de momento no lo entendamos.

La pesca había sido fructífera. Daniel tenía muchos peces en su cesta, sus amigos no habían tenido tanta suerte, pero todos estaban contentos y listos para emprender el camino a casa.
Se encaminaron hacia donde habían dejado la camioneta, bajo unos árboles, a la orilla del camino. El sol se ocultaba y el cielo se pintaba de rosa. Las aguas del río captaban los colores del ocaso. Llegaron hasta las vías del tren. Los rieles casi no se distinguían, debido a la gran cantidad de hojas secas que habían caído sobre ellos. Pedro y Samuel cruzaron juntos, Daniel se retrasó un poco, pero se apuró para alcanzarlos. Al cruzar las vías, sintió que su pie derecho se atoraba en algo.
- ¡Esperen!- les gritó a sus amigos- ¡Vengan a ayudarme!- Samuel y Pedro volvieron sobre sus pasos.
- ¡Ah pero qué tonto eres Daniel, qué tal si ahora mismo viene el tren?- Se reían y hacían ademanes de no tener la menor intención de ayudarlo.
- ¡Vamos, no jueguen!- Exclamó Daniel, impacientándose.
- ¿Le ayudamos o lo dejamos aquí?- Siguieron bromeando los otros despreocupadamente, mientras Daniel seguía intentando destrabar su pie, sin lograrlo. Por fin, después de cansarse de sus bromas, Pedro se agachó para ayudarlo. Sus amigos vieron que forcejeó, pero no conseguía zafar el pie.
- ¿Cómo es posible que no puedas hacerlo?- Exclamó Samuel.
- Por más que trato, no puedo desatorarlo. Tiene el pie atrapado entre una bifurcación, entre los rieles. Ni siquiera puedo sacar su pie del zapato...
- ¡Esto es increíble!- Se empezaron a preocupar. Daniel ni siquiera hablaba. Estaba realmente asustado. En esos momentos escucharon un sonido característico, que los llenó de espanto. Era el silbato del tren que se acercaba. Eso les heló la sangre.
- ¡Ayúdenme, sáquenme de aquí!- suplicó aterrado Daniel- Sus amigos forcejeaban desesperados, sin conseguir absolutamente nada.
- ¿Qué hacemos?- preguntó angustiado Samuel.
- ¡No lo sé, no lo sé!- respondió Pedro. Daniel estaba como enloquecido. Su tobillo sangraba, pero su pie continuaba atrapado entre los rieles.
- ¡Dios mío ayúdame!- gritó desgarradoramente. El ruido del tren se escuchaba cada vez más cerca. Estaba empapado en frío sudor. De pronto, como salido de la nada, apareció un lugareño, machete al hombro, quien sorprendido por los gritos del muchacho, se acercó a ver qué sucedía. Se quedó observando la escena y sin conmoverse demasiado, dijo:
- Yo, una vez vi algo así en estas mismas vías. A un hombre se le atascó "la pata" en los rieles y se la tuvieron que cortar porque ya venía el tren. Los tres se miraron espantados y sus miradas se clavaron en el machete que traía el hombre. Daniel dio un alarido que les erizó el cabello a todos.
- ¡¡¡¡¡Noooooooooooooo!!!!!- y se desmayó.
¿Qué hubiera hecho usted si hubiera estado allí y Daniel hubiera sido su mejor amigo? ¿Qué hubiera hecho por él?

Hace muchos años ya de este suceso. Daniel está vivo y es casi un anciano. Camina cojeando y a todo el mundo le cuenta la historia de su cojera. Ya conocemos la primera parte, pero la segunda es la que él narra con mayor entusiasmo:
"Cuando perdí mi pie derecho, fueron los momentos más horribles de mi vida. No puedo describir el horror que sentí al oír que el tren se aproximaba más y más. No hacía más que gritar, hasta que me desmayé. Mis amigos tomaron una decisión que más tarde yo, tontamente, les reproché. Cuando desperté en el hospital y me dí cuenta de que me habían amputado el pie de un machetazo para sacarme de las vías, me horroricé y me indigné con mis amigos, por haber dejado que aquel hombre lo hiciera. Estaba ciego de ira, de inconformidad, de resentimiento contra ellos. No podía ni quería comprender que no habían tenido otra alternativa, habían tenido que elegir entre mi vida o mi pie. Pero yo no lo veía así, los acusaba de insensatos y los hice sentir muy mal.
¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?, me preguntaba una y otra vez. Culpaba a todos, hasta culpaba a Dios por haber permitido que eso pasara. Tuvo que pasar algún tiempo para que reconociera que mis amigos habían hecho lo correcto y aceptara mi realidad. Estoy cojo sí, pero sigo vivo y he aprendido a valorar más la vida.
Esta historia nos hace reflexionar acerca del amor de Dios, que a veces resulta difícil de comprender. No comprendemos por qué El permite que ocurran cosas que para nosotros pueden parecer una tragedia, pero después nos damos cuenta de que era necesario "perder un pie", para salvar la vida. A veces es preciso que el Señor use "machete", si eso significa salvarnos de la condenación eterna. El nos llama, nos busca, pero algunos de nosotros no queremos oír a Su llamado. Entonces El, se ve obligado a llamar nuestra atención de otra manera. Pero por muy terrible que nos parezca lo que venga sobre nosotros, es preferible a perder la salvación.
Siempre que nos quejemos ¿por qué a mí?, mejor preguntémonos cuál será el propósito de Dios para esa situación. El siempre tiene un propósito para todo y tal vez no entendamos cuando nos pone bajo la tormenta, pero lo cierto es que después, El mismo se encarga de mandarnos suaves rayos de sol que nos reconforten. Dios es fiel y confiable, por los siglos de los siglos.

"Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados"      Romanos 8:28  

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