Dios siempre tiene un propósito cuando permite que pasemos por situaciones difíciles, aunque de momento no lo entendamos.
La pesca había sido
fructífera. Daniel tenía muchos peces en su cesta, sus amigos no habían tenido
tanta suerte, pero todos estaban contentos y listos para emprender el camino a
casa.
Se encaminaron hacia donde habían dejado la camioneta, bajo unos árboles, a la orilla del camino. El sol se ocultaba y el cielo se pintaba de rosa. Las aguas del río captaban los colores del ocaso. Llegaron hasta las vías del tren. Los rieles casi no se distinguían, debido a la gran cantidad de hojas secas que habían caído sobre ellos. Pedro y Samuel cruzaron juntos, Daniel se retrasó un poco, pero se apuró para alcanzarlos. Al cruzar las vías, sintió que su pie derecho se atoraba en algo.
Se encaminaron hacia donde habían dejado la camioneta, bajo unos árboles, a la orilla del camino. El sol se ocultaba y el cielo se pintaba de rosa. Las aguas del río captaban los colores del ocaso. Llegaron hasta las vías del tren. Los rieles casi no se distinguían, debido a la gran cantidad de hojas secas que habían caído sobre ellos. Pedro y Samuel cruzaron juntos, Daniel se retrasó un poco, pero se apuró para alcanzarlos. Al cruzar las vías, sintió que su pie derecho se atoraba en algo.
- ¡Esperen!- les gritó
a sus amigos- ¡Vengan a ayudarme!- Samuel y Pedro volvieron sobre sus pasos.
- ¡Ah pero qué tonto eres Daniel, qué tal si ahora mismo viene el tren?- Se reían y hacían ademanes de no tener la menor intención de ayudarlo.
- ¡Vamos, no jueguen!- Exclamó Daniel, impacientándose.
- ¿Le ayudamos o lo dejamos aquí?- Siguieron bromeando los otros despreocupadamente, mientras Daniel seguía intentando destrabar su pie, sin lograrlo. Por fin, después de cansarse de sus bromas, Pedro se agachó para ayudarlo. Sus amigos vieron que forcejeó, pero no conseguía zafar el pie.
- ¡Ah pero qué tonto eres Daniel, qué tal si ahora mismo viene el tren?- Se reían y hacían ademanes de no tener la menor intención de ayudarlo.
- ¡Vamos, no jueguen!- Exclamó Daniel, impacientándose.
- ¿Le ayudamos o lo dejamos aquí?- Siguieron bromeando los otros despreocupadamente, mientras Daniel seguía intentando destrabar su pie, sin lograrlo. Por fin, después de cansarse de sus bromas, Pedro se agachó para ayudarlo. Sus amigos vieron que forcejeó, pero no conseguía zafar el pie.
- ¿Cómo es posible que
no puedas hacerlo?- Exclamó Samuel.
- Por más que trato, no puedo desatorarlo. Tiene el pie atrapado entre una bifurcación, entre los rieles. Ni siquiera puedo sacar su pie del zapato...
- ¡Esto es increíble!- Se empezaron a preocupar. Daniel ni siquiera hablaba. Estaba realmente asustado. En esos momentos escucharon un sonido característico, que los llenó de espanto. Era el silbato del tren que se acercaba. Eso les heló la sangre.
- ¡Ayúdenme, sáquenme de aquí!- suplicó aterrado Daniel- Sus amigos forcejeaban desesperados, sin conseguir absolutamente nada.
- ¿Qué hacemos?- preguntó angustiado Samuel.
- ¡No lo sé, no lo sé!- respondió Pedro. Daniel estaba como enloquecido. Su tobillo sangraba, pero su pie continuaba atrapado entre los rieles.
- ¡Dios mío ayúdame!- gritó desgarradoramente. El ruido del tren se escuchaba cada vez más cerca. Estaba empapado en frío sudor. De pronto, como salido de la nada, apareció un lugareño, machete al hombro, quien sorprendido por los gritos del muchacho, se acercó a ver qué sucedía. Se quedó observando la escena y sin conmoverse demasiado, dijo:
- Por más que trato, no puedo desatorarlo. Tiene el pie atrapado entre una bifurcación, entre los rieles. Ni siquiera puedo sacar su pie del zapato...
- ¡Esto es increíble!- Se empezaron a preocupar. Daniel ni siquiera hablaba. Estaba realmente asustado. En esos momentos escucharon un sonido característico, que los llenó de espanto. Era el silbato del tren que se acercaba. Eso les heló la sangre.
- ¡Ayúdenme, sáquenme de aquí!- suplicó aterrado Daniel- Sus amigos forcejeaban desesperados, sin conseguir absolutamente nada.
- ¿Qué hacemos?- preguntó angustiado Samuel.
- ¡No lo sé, no lo sé!- respondió Pedro. Daniel estaba como enloquecido. Su tobillo sangraba, pero su pie continuaba atrapado entre los rieles.
- ¡Dios mío ayúdame!- gritó desgarradoramente. El ruido del tren se escuchaba cada vez más cerca. Estaba empapado en frío sudor. De pronto, como salido de la nada, apareció un lugareño, machete al hombro, quien sorprendido por los gritos del muchacho, se acercó a ver qué sucedía. Se quedó observando la escena y sin conmoverse demasiado, dijo:
- Yo, una vez vi algo
así en estas mismas vías. A un hombre se le atascó "la pata" en los
rieles y se la tuvieron que cortar porque ya venía el tren. Los tres se miraron
espantados y sus miradas se clavaron en el machete que traía el hombre. Daniel
dio un alarido que les erizó el cabello a todos.
-
¡¡¡¡¡Noooooooooooooo!!!!!- y se desmayó.
¿Qué hubiera hecho
usted si hubiera estado allí y Daniel hubiera sido su mejor amigo? ¿Qué hubiera
hecho por él?
Hace muchos años ya de
este suceso. Daniel está vivo y es casi un anciano. Camina cojeando y a todo el
mundo le cuenta la historia de su cojera. Ya conocemos la primera parte, pero
la segunda es la que él narra con mayor entusiasmo:
"Cuando perdí mi
pie derecho, fueron los momentos más horribles de mi vida. No puedo describir
el horror que sentí al oír que el tren se aproximaba más y más. No hacía más
que gritar, hasta que me desmayé. Mis amigos tomaron una decisión que más tarde
yo, tontamente, les reproché. Cuando desperté en el hospital y me dí cuenta de
que me habían amputado el pie de un machetazo para sacarme de las vías, me
horroricé y me indigné con mis amigos, por haber dejado que aquel hombre lo
hiciera. Estaba ciego de ira, de inconformidad, de resentimiento contra ellos.
No podía ni quería comprender que no habían tenido otra alternativa, habían
tenido que elegir entre mi vida o mi pie. Pero yo no lo veía así, los acusaba
de insensatos y los hice sentir muy mal.
¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?, me preguntaba una y otra vez. Culpaba a todos, hasta culpaba a Dios por haber permitido que eso pasara. Tuvo que pasar algún tiempo para que reconociera que mis amigos habían hecho lo correcto y aceptara mi realidad. Estoy cojo sí, pero sigo vivo y he aprendido a valorar más la vida.
¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?, me preguntaba una y otra vez. Culpaba a todos, hasta culpaba a Dios por haber permitido que eso pasara. Tuvo que pasar algún tiempo para que reconociera que mis amigos habían hecho lo correcto y aceptara mi realidad. Estoy cojo sí, pero sigo vivo y he aprendido a valorar más la vida.
Esta historia nos hace
reflexionar acerca del amor de Dios, que a veces resulta difícil de comprender.
No comprendemos por qué El permite que ocurran cosas que para nosotros pueden
parecer una tragedia, pero después nos damos cuenta de que era necesario
"perder un pie", para salvar la vida. A veces es preciso que el Señor
use "machete", si eso significa salvarnos de la condenación eterna.
El nos llama, nos busca, pero algunos de nosotros no queremos oír a Su llamado.
Entonces El, se ve obligado a llamar nuestra atención de otra manera. Pero por
muy terrible que nos parezca lo que venga sobre nosotros, es preferible a
perder la salvación.
Siempre que nos
quejemos ¿por qué a mí?, mejor preguntémonos cuál será el propósito de Dios
para esa situación. El siempre tiene un propósito para todo y tal vez no
entendamos cuando nos pone bajo la tormenta, pero lo cierto es que después, El
mismo se encarga de mandarnos suaves rayos de sol que nos reconforten. Dios es
fiel y confiable, por los siglos de los siglos.
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