miércoles, 6 de abril de 2016

DESPUÉS DE LA TRAGEDIA


Cuando tengas un problema, no pienses en los obstáculos para solucionarlo, solo piensa que Dios puede hacerlo porque para Él no existen los obstáculos.


El olor a humo se podía sentir en varias cuadras a la redonda y a pesar de que eran las horas de la madrugada, la gente merodeaba cerca del siniestro que se había originado en la calle Delicias 245. El fuego había alcanzado a dos casas vecinas y amenazaba con extenderse a las siguientes, pero los bomberos estaban trabajando intensamente para que esto no ocurriera. Todos querían saber qué había pasado, cómo se había originado el fuego, etc.
Marta y su hija Ruth, vivían enfrente de las casas afectadas y estaban muy afligidas por la suerte que corrían sus vecinos, pero no habían querido salir a estorbar el trabajo de los bomberos, como lo hacían esas otras personas que solo estaban allí por morbo. Marta estaba muy preocupada porque se oían rumores de que había fallecido una persona, pero no sabía si se trataría de un bombero o alguno de sus vecinos. Ellas solo miraban por la ventana y oraban por los damnificados.
Unas horas después, las luces de un nuevo día iluminaron la calle que mostraba las huellas tristes del siniestro. Los bomberos se habían marchado tras haber cumplido con su trabajo, también la ambulancia y los chismosos. Pero el penetrante hedor del humo no se había ido, se había quedado allí como para recordarles a los demás habitantes de la calle Delicias que las desgracias pueden venir cuando menos se lo piensa uno.
En casa de Marta estaban los dos niños de su vecina Teresa, la de la casa de enfrente, la casa que ya no existía. Los niños eran muy pequeños para darse cuenta de lo sucedido, ellos solo sabían que su mamá y hermana estaban en el hospital porque su papá había sufrido un accidente. No había ocurrido ningún fallecimiento a consecuencia del fuego, como había murmurado la gente la noche anterior, el marido de Teresa había resultado herido, pero estaba vivo.
Hacia el mediodía regresó Teresa y comentó que su esposo había sufrido quemaduras graves al tratar de apagar el incendio y lo habían dejado hospitalizado. La mujer se atormentaba pensando en que su vida se había derrumbado en unos minutos.
-       ¡Mi marido grave en el hospital y ya no tenemos casa, ya no tenemos nada!- exclamó Teresa, sollozando.
-       Lo sé Teresa y lo siento tanto, pero no pierdas la fe…
-       ¿Cómo voy a tener fe ahora? ¡Si Dios existiera no habría permitido que esto pasara! Mi esposo está muy grave y no tengo dinero para pagar el hospital, aparte nos hemos quedado sin techo, no tenemos adónde ir, ¡nos hemos quedado sin nada, sin nada!- gritó la mujer, desesperada.
-       Teresa por favor, trata de calmarte, comprendo tu situación, pero no dejes que los niños se angustien, tranquilízate- Haciendo un gran esfuerzo Teresa se calmó, Celia, su hija mayor, la abrazaba y trataba de reconfortarla. Se daba cuenta de que todo eso era mucho para su madre, debía apoyarla y si era necesario dejaría la escuela y se pondría a trabajar, pensaba la niña.
-       Tú sabes que puedes quedarte aquí Teresa, tú y tus hijos, por el tiempo que sea necesario, así que por eso no te preocupes. Ya nos arreglaremos, conseguiremos ropa, zapatos, lo que haga falta para ustedes y comida aquí no va a faltar, cuenten con nosotras. Ya verás que con la ayuda de Dios saldrán adelante y tu marido también.
-       ¿Por qué esa ayuda no vino antes?- dijo con tristeza Teresa- A Dios no le importamos.
-       No digas eso Teresa, sí le importas tú y tu familia. No comprendemos de momento por qué Él habrá permitido esto, pero tienes que saber que todas las cosas son para bien…
-       ¿Cómo va a ser esto para bien? ¿Quién puede creer eso?
-       Ahora no lo sabemos, pero te aseguro que un día lo comprobarás Teresa. Pon tu esperanza en el Señor.
Pasaron los días. Poco a poco Teresa se había ido tranquilizando, gracias a las palabras y cuidados de Marta Y Ruth, que eran como una hermana y una hija para ella. Por las noches leían todas juntas la Biblia y Teresa había encontrado gran consuelo en la Palabra de Dios, era una clase de esperanza que se sentía de otra manera. Aunque la casa era pequeña se las arreglaban muy bien y gracias a la ayuda de los miembros de la iglesia donde asistían Marta y Ruth, a Teresa y a sus hijos no les faltaba nada, al contrario, se sentían muy a gusto conviviendo todos juntos y cooperaban en todo, con gusto.
Más tarde Teresa encontró un trabajo y Celia no tuvo que dejar la escuela como ella pensaba. Su marido progresaba poco a poco en el hospital, con un tratamiento natural para las quemaduras que no era caro, así es que la cuenta del hospital no iba a resultar tan alta como ella pensaba. Teresa fue adquiriendo fe gracias a la lectura de la Palabra de Dios, aunque todavía no comprendía por qué Dios no había impedido esa catástrofe, pero ya no lo cuestionaba. Los escombros que aún quedaban en donde estuviera su casa, le impedían olvidar lo sucedido, pero ya no se angustiaba por su situación, porque estaba viendo que era algo que tenía solución, gracias al poder de la oración. Su corazón estaba tranquilo porque pensaba: “Mi esposo está en el hospital, pero está vivo. Ya no tenemos casa, pero Dios ha dispuesto el corazón de estas vecinas para ofrecernos la suya, además de su hermosa amistad. Todas nuestras cosas materiales se perdieron, pero no son irreemplazables ni se comparan con el gran tesoro que Dios nos ha dado ahora, que es el de llegar a conocerlo a Él, gracias a Marta y a su hija.”
El día en que dieron de alta a Daniel, adornaron la casa como para fiesta y antes de empezar a deleitarse con la deliciosa comida que habían preparado, dieron gracias a Dios por la bendición de su regreso y por esa nueva y preciosa amistad.
Han pasado varios meses desde la tragedia. El esposo de Teresa regresó a su trabajo, han podido rentar una nueva casa, a la que poco a poco han ido equipando con lo necesario. Pero lo mejor de todo es que esa casa está muy cerca de la de Marta y Ruth, así que siguen siendo vecinos, pero ahora más que vecinos, amigos y todos los domingos, después de la iglesia, se reúnen para compartir juntos como una gran familia.


“Por lo tanto les digo: No se preocupen por su vida, ni por qué comerán o qué beberán; ni con qué cubrirán su cuerpo. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que ellas?” Mateo 6:25-26


Angélica García Sch.

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