miércoles, 6 de abril de 2016

EL ÚLTIMO VUELO


Llovía esa tarde en que se llevaba a cabo el funeral de Pablo. Los familiares y amigos que tuviera en vida el joven difunto, estaban mudos debajo de sus paraguas, cabizbajos, sin entender. Y es que Pablo era tan joven, con una vida por delante, con una carrera, unos padres que lo amaban, ¿cómo era posible?... El reverendo pronunció las últimas palabras de su discurso y luego de que se escuchó el unísono Amén, los presentes comenzaron a dirigirse hacia sus automóviles. Al final solo quedaron los padres de Pablo y sus dos hermanos pequeños en el lugar. Su madre lanzó dos rosas blancas sobre el féretro antes de que lo bajaran por la abertura de la tierra, hecha por los sepultureros.
Todas las personas que asistieron al funeral de Pablo tenían una pregunta en su interior: “¿Por qué?”
La corta vida de Pablo había sido exitosa. Había sido un niño alegre y hermoso, luego un adolescente ejemplar, estudioso, siempre buscando superarse. No había pasado por la etapa de la rebeldía como los demás adolescentes o quizá sí lo hizo, pero nadie lo notó, porque la diplomacia con la que trataba  a las personas, especialmente a sus padres, hacía que nunca nadie notara sus desacuerdos.
Pablo mostraba interés por los deportes extremos, los que empezó a practicar después de cumplir los dieciocho años, mostrando preferencia por las alturas, así es que hizo un curso de paracaidismo. Realizó varias hazañas en salto base, deporte que está considerado el más peligroso del mundo y causa de muerte de, según las estadísticas, diez personas anualmente, pero Pablo no temía a la muerte, era muy seguro de sí mismo. Había saltado desde edificios, puentes y acantilados durante esos tres últimos años sin que le pasara nada. Sus amigos lo admiraban, pero sus padres poco o nada sabían de esto, es decir no se imaginaban a qué grado de peligrosidad se arriesgaba su hijo. Esto era un secreto de amigos. Pablo tenía tres amigos que lo acompañaban siempre en sus prácticas y lo consideraban poco menos que un súper héroe. A Pablo no le interesaba la fama ni la competencia, solo quería experimentar “esa sensación indescriptible que se siente al estar en las alturas”, como siempre decía.
Tres días atrás, sábado por la mañana, Pablo y sus compañeros habían viajado hasta un lugar ubicado a unos 80 kms. de la ciudad donde vivían, para que Pablo ejecutara un salto espectacular y extremadamente peligroso. Para esto había rentado un helicóptero, había invertido todos sus ahorros en la renta de este aparato volador. Sus amigos habían tratado de hacerlo desistir, porque era una locura intentar lo que quería hacer. Aquel lugar montañoso estaba lleno de riscos y acantilados, solo un loco querría intentar lanzarse desde uno de ellos y ese loco era Pablo. Solo subió al helicóptero y les dijo: “¡Nos vemos al rato!”
Los muchachos observaban desde abajo, como el helicóptero llegaba hasta una cima escarpada y buscaba donde aterrizar, pero parecía que no había ningún espacio plano, así que vieron con los binoculares a Pablo que bajaba por una escalerilla y ponía pie en tierra. Estaban verdaderamente desesperados, habían tenido la esperanza de que él se arrepintiera al último momento, pero no fue así. Le gritaban que no lo hiciera, pero Pablo no los escuchaba. No querían mirar, pero tenían que hacerlo, debían estar pendientes de él. Así que vieron cuando Pablo, sin ningún titubeo, se lanzó al vacío confiado, como lo hacía siempre y planeó unos instantes en el aire, para después empezar la caída libre. El corazón de los muchachos iba a explotar, esos segundos antes de que se abriera el paracaídas les parecieron eternos, pero aún después de esto, la zozobra les superaba. Poco a poco pudieron ver que Pablo se acercaba desde las alturas, hacia donde ellos estaban. Cuando pudieron distinguir su rostro y vieron su gran sonrisa, se fueron calmando, pero hasta que no lo vieron sobre tierra firme, no respiraron totalmente aliviados. Los amigos de Pablo jamás olvidarían ese día, pero no por la gran proeza de su intrépido compañero, sino por lo que vendría después…
Iban en el auto, de regreso a casa, cantando contentos, relajados, después de tanto derroche de adrenalina. Se pararon a comer algo en una posada del camino y al terminar, se dirigieron al vehículo para seguir su viaje. Pablo pasó al lado de la carretera y abrió la puerta del lado del conductor para subirse y tomar el volante y en eso, sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie escuchara nada, apareció un auto rojo que venía a toda velocidad. Pablo no alcanzó a quitarse, él y la puerta delantera del carro volaron literalmente por los aires. El auto rojo desapareció en la curva cercana. Los compañeros de Pablo se convirtieron en estatuas de mármol por unos instantes… nadie podía articular palabra ni mover un dedo. Por fin uno de ellos reaccionó y corrió hacia donde había quedado el cuerpo de Pablo, enseguida lo siguieron los demás. Pablo había hecho un corto y último vuelo, el más absurdo de su vida, uno que no estaba planeado, uno que ni siquiera le significó “esa sensación indescriptible que se siente al estar en las alturas”…

Seguramente, leyendo usted esta historia, al llegar a la parte donde se habla de la afición del joven Pablo a un deporte extremo, lo asoció a la causa de su muerte, era lo más lógico, pero como pudo ver las cosas no fueron así, porque la vida nos da sorpresas y la muerte también, ésta viene sin previo aviso, puede ser en el momento menos esperado y de la manera más absurda e impensable. Mucha gente se siente muy segura de sí misma, es joven, está en perfecto estado de salud, en la cúspide de su éxito profesional y económico, etc. pero nada de esto es garantía de vida. Solo Dios tiene poder sobre la vida y la muerte. Estas palabras no son para asustar al lector, sino para invitarlo a reflexionar. La juventud, el éxito, el dinero, las posesiones y aún la buena salud, no nos garantizan una larga vida, ocurren cosas inesperadas en todas partes. El ser humano es tan frágil y vulnerable. El joven de esta historia se sentía indestructible, sus amigos lo admiraban, sin embargo…
Debemos estar preparados en todo momento para rendir cuentas a Dios. Debemos depender de Él, encomendarnos a Él cada día, reconocer que nuestra vida está en sus manos y no en las nuestras. Echemos fuera toda soberbia. Somos seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios, pero no somos dioses, Él y solo Él puede disponer de nuestra existencia.

Angélica García Sch.


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