miércoles, 6 de abril de 2016

LIBRE DE CULPA



La vida le sonreía a Pedro, tenía juventud, salud, una familia que lo apoyaba en todo y además se acababa de graduar de la universidad. Esa noche venía de festejar con sus amigos y conducía por la avenida, estaba muy oscuro y bullía una densa niebla que se mezclaba con las luces del auto, produciendo reflejos que le impedían ver bien, pero a pesar de eso no bajaba la velocidad. Tenía la cabeza llena de ilusiones y proyectos relacionados con el inicio de su vida profesional, no podía pensar en otra cosa. Tenía puesta toda su confianza en sus capacidades, se consideraba completamente seguro de sí mismo y esa noche se sentía dueño del mundo. Pero cuando solo le faltaban unas pocas cuadras para llegar a su casa, ocurriría algo que iba a convertirse en aquella sombra siniestra que iba a oscurecer su vida para no dejarle disfrutar de nada de ahí en adelante.
La oscuridad y los reflejos de las luces en la niebla formaban una cortina que le dificultaba la visibilidad y la velocidad con la que dio la vuelta en la esquina completó el cuadro propicio para la tragedia. Se dio cuenta de que había atropellado a alguien porque el auto se cimbró bruscamente al pasar sobre el cuerpo. Detuvo el vehículo y se bajó, miró hacia todos lados, no había nadie, ningún testigo. Bajo las ruedas de su vehículo se asomaban unas piernas de hombre, se llenó de horror. Probablemente era un vagabundo, a decir por sus ropas. Se quedó parado allí por un rato sin saber qué hacer, ¿estaría muerto?, esa idea lo hizo temblar, aquello le significaría la cárcel, no, eso no podía ser, nada ni nadie iba a echar por tierra sus planes y proyectos justo ahora, pensó, mientras pasaban por su mente escenas terribles. Volvió a mirar hacia todos lados, nadie a la vista. Entonces tomó la decisión que supuso más sensata: huir de allí. Pero el hombre se encontraba justo debajo del auto, solo había dos opciones: sacarlo de allí o pasarle por encima… Se horrorizó más. Se armó de valor y se dispuso a sacar al pobre hombre de allí. Pudo darse cuenta de que lo que más temía era un hecho: el hombre estaba muerto. Le temblaban las manos, el corazón se le quería salir del pecho, nunca en su vida se sintió tan desesperado, pero al fin logró sacar el cuerpo de debajo del auto y emprendió la huida a toda velocidad.
En dos segundos ya estaba en su casa y se fue directo al baño para lavarse los restos de sangre de sus manos. Estaba en shock. Se encerró en su cuarto y se sentó en un rincón, en el suelo, intentando calmarse, pero no lo consiguió.
-       ¿Eres tú, hijo?- se escuchó la voz de su madre al otro lado del pasillo. Respondió, tratando de que en su voz no se notara el nerviosismo que le embargaba.
-       Sí mamá… ya me voy a dormir… Hasta mañana.
-       Hasta mañana hijo, que descanses.
Fue la noche más larga de su vida. La parte acusativa de su mente le pasó una y otra vez la película del atropellamiento del que fue el protagonista, el agresor, el asesino… Pero la parte defensora, le decía que huir había sido lo más sensato, pues no podía arruinar su vida a causa de un pobre vagabundo que se cruzó en su camino. Casi al amanecer se le cerraron los ojos y se quedó dormido unos instantes. Despertó consternado, sin poder quitarse la visión de la noche anterior de su mente.
Pedro estaba muy alterado y le era casi imposible disimularlo delante de sus padres a la hora del desayuno. Ellos notaron su nerviosismo, pero lo achacaron a la emoción que debía sentir su hijo a causa del importante cambio en su vida de estudiante a profesionista. Durante el desayuno, su padre gustaba de ver el noticiero local, Pedro tembló ante la posibilidad de que fuese a aparecer la noticia que él temía. Deseó con toda su alma que no hubieran encontrado al vagabundo o que los periodistas no le dieran importancia, pero no fue así y las palabras del presentador fueron como descargas eléctricas en sus oídos: “En la madrugada fue encontrado el cuerpo sin vida de un hombre, aparentemente un vagabundo, el cual fue atropellado por un vehículo cuyo conductor se dio a la fuga, dejándolo abandonado en medio de la calle…”
-       ¡Ay pobre hombre!- dijo su madre- ¡Qué gente tan irresponsable y cobarde! Dejarlo ahí tirado, quizá desangrándose… ¡el que hizo eso es un canalla, un asesino!- Las palabras de su madre eran como dardos que entraban directamente en el corazón de Pedro.
-       Debió llamar una ambulancia al menos, antes de huir el desgraciado- dijo su padre.
-       No debió huir, debió enfrentar su responsabilidad, sobre todo cuando se trata de la vida de una persona, pues aunque fuese un vagabundo, esa vida vale igual para Dios que la de un hombre importante- respondió su madre- Pedro se sentía cada vez peor y le costaba enormemente aparentar calma, quería estallar, decirles a sus padres que él era ese irresponsable y que no sabía qué hacer, pero al escuchar sus comentarios, decidió callar para siempre. No podía permitir que ellos supieran lo cobarde y egoísta que era su hijo, ese hijo que se acababa de graduar de la universidad y del que estaban orgullosos, pero que como ser humano no valía nada.
La vida de Pedro cambió, sí, pero no como todos esperaban. La vida se le hizo cada vez más pesada, tenía pesadillas, se avergonzaba de sí mismo, estaba lleno de temores y todo eso tenía que disimularlo frente a sus padres y demás personas allegadas a él. Pasó el tiempo y llegó a ser un gran profesionista, subió hasta la cumbre del éxito, eso que en la sociedad se llama éxito, pero todas las mañanas tenía que prepararse para actuar, para aparentar ser un triunfador, a pesar de sentirse el peor de los fracasados en su interior. Cargaba consigo una pesadilla que le perseguiría siempre, día y noche, sentía que su vida entera era una farsa, pero se sentía obligado a seguir fingiendo lo que no era.

Pedro se resignó a cargar de por vida con una culpa que le pesaba enormemente sobre sus espaldas, porque no sabía qué hacer, no sabía a quién recurrir para encontrar alivio y perdón. Así como Pedro hay cientos de personas que cargan en su conciencia algún acto de sus vidas el cual les pesa tanto que les priva de la alegría de vivir. ¿Eres tú uno de ellos? ¿Existe en tu vida algo que guardas en tu corazón, algo que no te atreves a contarle a nadie y que te atormenta? ¿Quisieras sentirte libre de esa carga? Hay buenas noticias para ti, existe alguien que te puede liberar de esa carga y se llama Jesucristo. Él te dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28 RV)

Confiésale tu secreto al Señor, que aunque Él lo sabe, quiere que tú se lo digas, como un niño cuando le confiesa a su padre lo malo que ha hecho. Si estás verdaderamente arrepentido, Él te otorgará su perdón, sanará tu alma y te liberará de esa carga, porque él ya ha pagado por ella en la cruz. Jesús te ofrece una vida nueva, libre de culpas del pasado, lo único que tienes que hacer es recibirlo en tu corazón como tu único y suficiente Salvador y permitirle tomar el control de tu vida. Esta es la mejor decisión que puedes tomar para iniciar bien este nuevo año que está comenzando. Dios te bendiga.

Angélica García Sch.

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