miércoles, 6 de abril de 2016

PERDIDOS EN EL BOSQUE


María estaba contenta esa mañana de sábado, se iba a ir de excursión con sus amigos. Apenas había terminado de desayunar cuando sonó el claxon del auto de Simón. Se despidió de sus padres y salió hecha una bala. Sus padres sonrieron mientras la veían por la ventana, les hacía feliz verla contenta.
Después de una hora de viaje, los muchachos llegaron al sitio que habían planeado visitar. Era una zona boscosa muy bonita con numerosos y estrechos senderos entre los árboles, que invitaban a recorrerlos. En el centro había una caseta de guardia y alrededor algunas mesas con sus respectivas bancas para que los visitantes pudieran sentarse a comer.
Después de dejar el vehículo en el estacionamiento del lugar, se dispusieron a emprender la marcha. Les emocionaba iniciar la caminata sin itinerario y sin saber hacia donde les llevaba la ruta elegida. Iban cantando, riendo y haciendo apuestas “a ver quién llega primero” hasta ciertos lugares que aparecían a lo lejos en el camino, como por ejemplo un árbol con forma rara o el final de una barda o un cruce de caminos y he aquí que en uno de éstos fue que se desviaron y al cabo de un par de horas tuvieron que aceptar que se habían perdido. Las chicas se asustaron y se empezaron a desesperar, una de ellas lloraba pidiendo auxilio, pero se habían apartado demasiado de las áreas concurridas. Entonces uno de los muchachos, Andrés, dijo:
-      No se desesperen, ¿Qué acaso no tenemos un Dios grande y poderoso?- Las chicas que habían perdido la calma bajaron la cabeza. Andrés continuó:
-      Siempre decimos que Dios es nuestro refugio, que en Él confiamos, que a Él iremos, etc. etc. ¿entonces por qué no lo demostramos ahora?- María dijo:
-      Es verdad. ¿Por qué a la hora de llevar por obra lo que decimos no lo hacemos?, hay que recordar aquella ocasión cuando Jesús iba en la barca y se desató una tormenta, los discípulos se asustaron y desesperaron, igual como tú Sandra, igual como tú Paula, pero Jesús continuaba dormido, tranquilo, como si nada estuviera sucediendo y esto ¿por qué? Porque él estaba tomado de la mano del Padre, porque confiaba plenamente en Él, así que no había nada por qué preocuparse. ¡Ahora nosotros deberíamos hacer lo mismo! – En esos momentos el cielo comenzó a oscurecerse un poco y a lo lejos se escuchó el estruendo de un trueno.
-      ¡Lo que faltaba!- exclamó Roberto- ¡Una tormenta!
-      Exactamente como en aquella ocasión en la barca, solo que nosotros estamos en medio del bosque…
-      ¡Y perdidos!- exclamó Eugenia.
-      Perdido solo se puede estar cuando nos soltamos de la mano de Dios- respondió María.
-      Es verdad, así que busquemos un refugio y esperemos en Él- respondió Andrés. Simón, que no había abierto la boca, dijo:
-      ¿Pero dónde vamos a encontrar un refugio aquí? Solo hay árboles y árboles ¿ustedes creen que vamos a encontrar un techo para cobijarnos si la tormenta llega hasta aquí?
-      Tienes falta de fe amigo, ya encontraremos algo- dijo Roberto y en eso, al doblar un camino, vieron una masa rocosa a unos metros de allí. Era una cueva- ¿Ya vieron? ¡Dios está respondiendo antes de que le pidamos nada! Él está aquí- Al llegar a la entrada de la cueva, dijo:
-      Ustedes chicas, esperen aquí, nosotros iremos a inspeccionar- Se dieron cuenta de que era una pequeña cueva, pero serviría para guarecerse. Los truenos se escucharon más cerca y más fuerte. Se soltó la lluvia con fuerza y las muchachas entraron en la cueva. Se acomodaron todos como mejor pudieron y Laura dijo:
-      ¿Y si esta cueva es la casa de algún animal?
-      Entonces recordaremos a Daniel, que salió ileso del foso de los leones, porque Dios lo protegió- respondió María.
-      Vamos, unamos nuestras manos y oremos- dijo Roberto. Los muchachos se unieron en oración y pasaron unos minutos cuando de repente, por la abertura de la guarida, se asomó una enorme cabeza. Las chicas gritaron, excepto María que solo se mantuvo alerta.
-      Quédense tranquilos y sigamos orando, es solo un oso- dijo Roberto y apretó las manos de quienes tenía a su lado. Las chicas estaban aterradas. María estaba asustada, pero sabía que Dios estaba allí con ellos y algo haría. El oso entró por completo en la cueva para refugiarse de la lluvia. A pesar de su enorme tamaño también estaba asustado por los truenos, parecía que el animal sabía que detrás de esos ruidos pavorosos que se escuchaban en el cielo, estaba un ser superior que tenía el control de todo y se quedó quieto.
-      Esto es un milagro- dijo Roberto en voz baja- te damos gracias Señor…
No supieron cuánto tiempo estarían dentro de la cueva en compañía del oso, que cuando cesó la tormenta salió de allí tranquilamente. Salieron ellos también y Roberto dijo:
-      Así como el Señor acaba de hacer un milagro allá adentro, lo hará también ayudándonos a encontrar el camino de regreso, Él nunca deja nada a medias.
-      La verdad es que no puedo creer lo que acaba de pasar- dijo Simón- pero pasó.
-      Así es el Señor- dijo María- siempre tiene sorpresas para los que en Él confían. Y ustedes chicas ¿ya vieron?- dirigiéndose a las miedosas, que asintieron avergonzadas.
Caminaron un trecho entre los pinos, eran las seis de la tarde, el bosque había quedado esplendoroso, cientos de gotitas de lluvia habían quedado suspendidas de las ramas y como el sol asomara nuevamente, parecía que había cientos de arbolitos de navidad con sus luces encendidas. Siguieron caminando hasta que llegaron a una bifurcación y allí dijo Simón:
-      ¡Shhhh! ¡No hagan ruido, me pareció oír unas voces!- Se quedaron todos muy callados y pudieron comprobar que era cierto, no muy lejos de allí se escucharon las voces de otras personas. Se abrazaron emocionados, ya no estaban perdidos. ¡El Señor había completado su milagro!



“Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” Salmo 18:2

Angélica García Sch.

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