lunes, 7 de enero de 2013

La viejita que no sabía tejer




Doña Hilaria estaba sola desde que su compañero de toda la vida, había muerto. La pobreza era evidente en la pequeña habitación de Hilaria. Un camastro en un rincón, una mesa de madera carcomida, una silla de mimbre y una chamuscada parrilla eléctrica, eran sus únicos enseres.
La anciana no había tenido hijos, ni existía familiar alguno que se hiciera cargo de ella. Vivía solo de su miserable pensión de viudez. Sus días pasaban todos iguales, tristes y melancólicos, recordando tiempos mejores.
La única persona que la visitaba era su vecina Aurora, quien a veces le llevaba algo de comer y le ayudaba a limpiar la habitación. Aquella mujer era casi tan pobre como ella, pero de lo poco que tenía, le convidaba.
Se acercaba el invierno y amenazaba con estar muy crudo ese año. Aurora llegó un día con unos ovillos de lana y le dijo a la viejita:
- Aquí tiene doña Hilaria, es lana que me ha sobrado de los sweaters que les tejí a los niños. Usted puede hacerse algo con ella, una manta por ejemplo, mire que este invierno va a estar muy frío- la anciana agradeció sin hacer ningún comentario.
Pasaron los días y cada vez que Aurora visitaba a Hilaria, veía los ovillos de lana, intactos, sobre la mesa, donde ella misma los había dejado. Para sus adentros pensaba: "¡Qué viejita tan flojita!", pero no le decía nada.
Pasaron semanas y el frío ya se hacía sentir. Los ovillos de lana seguían donde mismo en la habitación de Hilaria. Hasta que un día Aurora no aguantó más y le dijo:
- Doña Hilaria, ya está haciendo mucho frío y usted con esa manta tan delgadita... ¿cuándo va a empezar a tejerse otra con la lana que le regalé? ¿Acaso no le gusta el color o no tiene agujas? dígame lo que necesita para hacerla, yo se lo traigo.
- No nada, no necesito nada, gracias. Mañana empezaré a tejer- respondió la anciana.
Pero, pasó el tiempo, el frío era cada vez más intenso y la lana seguía en la mesa. Cada vez que Aurora preguntaba, la anciana respondía: "Sí, mañana empezaré a tejer"
Una tarde, Aurora se tuvo que salir por varios días, para visitar a su hermana enferma, que vivía en otra ciudad. Antes de marcharse le hizo prometer a Hilaria que a su regreso, ya tendría una manta nueva con qué abrigarse. Como siempre, la anciana le respondió: "Sí, mañana empezaré a tejer"
Aurora estuvo ausente alrededor de dos semanas. De regreso, se dirigió a la casa de su vecina. Tocó la puerta muchas veces, pero nadie abrió. Preocupada, fue en busca de ayuda. Unos vecinos lograron abrir la puerta, forzando la cerradura. Lo primero que vio Aurora fue la lana sobre la mesa, tal como había quedado el día en que se despidiera de la anciana.
La encontraron entumecida, sentada junto a la parrilla eléctrica, intentando calentarse. Se veía muy mal, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Aurora y le dijo con una voz apenas perceptible:
- Perdóname Aurorita...por no haberle dicho la verdad...yo, yo no sé tejer...
- ¿Pero por qué no me lo dijo Hilaria? ...yo supuse que...- En esos momentos un vecino exclamó:
- ¡Hay que llevar al hospital a esta viejita, se ve muy mal...!
Cuando se la llevaban, la anciana dijo en un hilo de voz:
- Aurorita, quiero que me enseñes a tejer...
- Sí, Hilaria, en cuanto regrese yo le enseño a hacerlo, pero ahora se tiene que poner bien-  y la tapó con su propia manta, la única que ella tenía. La anciana sintió el calor de la manta y cerró los ojos...Ya no era necesario llevarla al hospital, pues ya nunca más los volvería a abrir.

La anciana de esta historia representa al orgullo silencioso. Muchas personas en este mundo, no quieren admitir que necesitan algo o a alguien, por orgullo. Pero lo más peligroso es cuando tienen esta actitud en lo espiritual. Cuando no reconocen necesitar a Dios en sus vidas. Esto puede enfriar tanto su corazón, que puede congelarse y cuando clamen a Dios por ayuda, puede ser demasiado tarde.

"SI OYEN HOY SU VOZ, NO ENDUREZCAN SU CORAZON"     Hebreos 4:7

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