Doña Hilaria estaba
sola desde que su compañero de toda la vida, había muerto. La pobreza era
evidente en la pequeña habitación de Hilaria. Un camastro en un rincón, una
mesa de madera carcomida, una silla de mimbre y una chamuscada parrilla
eléctrica, eran sus únicos enseres.
La anciana no había
tenido hijos, ni existía familiar alguno que se hiciera cargo de ella. Vivía
solo de su miserable pensión de viudez. Sus días pasaban todos iguales, tristes
y melancólicos, recordando tiempos mejores.
La única persona que la
visitaba era su vecina Aurora, quien a veces le llevaba algo de comer y le
ayudaba a limpiar la habitación. Aquella mujer era casi tan pobre como ella,
pero de lo poco que tenía, le convidaba.
Se acercaba el invierno
y amenazaba con estar muy crudo ese año. Aurora llegó un día con unos ovillos
de lana y le dijo a la viejita:
- Aquí tiene doña
Hilaria, es lana que me ha sobrado de los sweaters que les tejí a los niños.
Usted puede hacerse algo con ella, una manta por ejemplo, mire que este
invierno va a estar muy frío- la anciana agradeció sin hacer ningún comentario.
Pasaron los días y cada
vez que Aurora visitaba a Hilaria, veía los ovillos de lana, intactos, sobre la
mesa, donde ella misma los había dejado. Para sus adentros pensaba: "¡Qué
viejita tan flojita!", pero no le decía nada.
Pasaron semanas y el
frío ya se hacía sentir. Los ovillos de lana seguían donde mismo en la
habitación de Hilaria. Hasta que un día Aurora no aguantó más y le dijo:
- Doña Hilaria, ya está
haciendo mucho frío y usted con esa manta tan delgadita... ¿cuándo va a empezar
a tejerse otra con la lana que le regalé? ¿Acaso no le gusta el color o no
tiene agujas? dígame lo que necesita para hacerla, yo se lo traigo.
- No nada, no necesito
nada, gracias. Mañana empezaré a tejer- respondió la anciana.
Pero, pasó el tiempo,
el frío era cada vez más intenso y la lana seguía en la mesa. Cada vez que
Aurora preguntaba, la anciana respondía: "Sí, mañana empezaré a tejer"
Una tarde, Aurora se
tuvo que salir por varios días, para visitar a su hermana enferma, que vivía en
otra ciudad. Antes de marcharse le hizo prometer a Hilaria que a su regreso, ya
tendría una manta nueva con qué abrigarse. Como siempre, la anciana le
respondió: "Sí, mañana empezaré a tejer"
Aurora estuvo ausente
alrededor de dos semanas. De regreso, se dirigió a la casa de su vecina. Tocó
la puerta muchas veces, pero nadie abrió. Preocupada, fue en busca de ayuda.
Unos vecinos lograron abrir la puerta, forzando la cerradura. Lo primero que
vio Aurora fue la lana sobre la mesa, tal como había quedado el día en que se
despidiera de la anciana.
La encontraron
entumecida, sentada junto a la parrilla eléctrica, intentando calentarse. Se
veía muy mal, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Aurora y le dijo con
una voz apenas perceptible:
- Perdóname
Aurorita...por no haberle dicho la verdad...yo, yo no sé tejer...
- ¿Pero por qué no me
lo dijo Hilaria? ...yo supuse que...- En esos momentos un vecino exclamó:
- ¡Hay que llevar al
hospital a esta viejita, se ve muy mal...!
Cuando se la llevaban,
la anciana dijo en un hilo de voz:
- Aurorita, quiero que
me enseñes a tejer...
- Sí, Hilaria, en
cuanto regrese yo le enseño a hacerlo, pero ahora se tiene que poner bien- y la tapó con su propia manta, la única que
ella tenía. La anciana sintió el calor de la manta y cerró los ojos...Ya no era
necesario llevarla al hospital, pues ya nunca más los volvería a abrir.
La anciana de esta
historia representa al orgullo silencioso. Muchas personas en este mundo, no
quieren admitir que necesitan algo o a alguien, por orgullo. Pero lo más
peligroso es cuando tienen esta actitud en lo espiritual. Cuando no reconocen
necesitar a Dios en sus vidas. Esto puede enfriar tanto su corazón, que puede
congelarse y cuando clamen a Dios por ayuda, puede ser demasiado tarde.
"SI OYEN HOY SU
VOZ, NO ENDUREZCAN SU CORAZON"
Hebreos 4:7

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