Un
día un hombre hablando con Dios, le decía:
-
Señor, mi hijo es un rebelde, no me respeta, es insolente conmigo. Yo te ruego
que hagas que me respete. Está creciendo y ya casi ha dejado de ser un niño,
mientras más grande esté, más difícil me será controlarlo...- El hombre se
quedó pensado unos momentos y luego continuó- ...Pero yo sé que tú Señor no
obligas a nadie a hacer lo que no quiere...- Se quedó pensando nuevamente y
prosiguió- ...Este muchachito no tiene disponibilidad para cambiar
Señor...Entonces...¿para qué te estoy pidiendo esto?...¡en vano te lo
pido!- Volvió a quedarse pensativo,
reflexionando, haciéndose mil conjeturas y por fin continuó:
-
Pero tu Palabra dice: "Si permanecéis en mi y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho" (Juan 15:7) ¡Señor,
yo te he sido fiel, he permanecido como dice tu Palabra y de acuerdo a
ella...tú dices que todo lo que te pida, tú lo harás!...- Se quedó meditando en
lo que acababa de decir...Continuó:
-
¡Oh Señor, pero no querrás pasar por sobre la voluntad de mi hijo!... ¡Es
inútil estar pidiéndote esto! ¿Qué voy a hacer?, se lamentó. El Señor lo
escuchaba con su infinita paciencia. Sabía que el corazón de aquel hombre
estaba muy atribulado a causa de la rebeldía de su hijo y que su desaliento no
se debía a falta de fe, sino a la confusión que él mismo se había provocado en
su cabeza. Esperó a que el hombre se calmara un poco y le dijo:
-
Hijo mío, en vano te afliges tratando de entender mi mente. El hombre
respondió:
-
¡Oh Señor!, ¿pero cómo harás que mi hijo cambie si no quiere hacerlo?
-
Tu parte es pedir, mi parte es conceder, pero no sabes hacer bien tu parte...
-
¿Cómo debo pedirte Señor? Lo que te pido lo hago en el nombre de tu Hijo
Jesucristo, como debe ser. Pero eso no es el problema, el problema es que tú no
obras por encima del libre albedrío de las personas y por eso no estoy seguro
de que me concedas mi petición, porque si este muchacho no quiere ser
diferente, tú no....
-
¡Ya, ya hombre, te confundes a ti mismo! Es cierto que yo respeto el libre
albedrío de los hombres y no los obligo a nada. No voy a actuar en contra de la
voluntad de tu hijo, si él no está dispuesto a cambiar. Pero si él me lo pide,
yo lo haré...
-
¿Ya ves Señor, eso es lo que me mortifica, él no tiene la menor intención de
cambiar, le gusta ser así, insolente, atrevido...como ve en las películas de
adolescentes...¿qué haré Señor, qué haré?- el hombre repetía angustiado.
-
Pedirme lo que quieres, de otra manera. Pide por ti, no por tu hijo. Yo puedo
obrar en la vida de tu hijo a través de ti. Pídeme sabiduría hijo, sabiduría
para tratar con tu hijo y ganarte su respeto. Sabiduría para que tus palabras
lleguen al corazón de tu hijo. Sabiduría para ganarte su admiración. Los
hombres respetan a quienes admiran.
El
hombre ya no siguió tratando de entender a Dios, solo confió en El y le pidió
esa sabiduría que tanta falta le hacía. Comprendió que es vano tratar de
litigar con Dios y que debía callar para oír Su voz, en lugar de pensar con Su
mente, lo cual es lo más absurdo que podemos hacer.
¿Cuántas
veces has especulado acerca de lo que pensará o hará Dios sobre tus peticiones?
Dejémoslo hacer, El sabe qué y cómo hacerlo. No tratemos de "pensar por
El". Nuestra mente nunca podrá alcanzar sus pensamientos. Nos afanemos,
solo confiemos en El y en Su sabiduría.
Como son más altos los
cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis
pensamientos más que vuestros pensamientos. Isaías 55:9
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