En la casa de mi
infancia, había un parrón que daba muchas uvas en verano. Mi abuela usaba una
bolsita de tela de manta para hacer jugo de uva. Se iban metiendo ahí las uvas
y se exprimía sobre un vaso, donde caía el jugo, libre de hollejo y semillas.
No había manera mejor de conseguir jugo puro de uva, que exprimiendo con las
manos las uvas dentro de aquella bolsita. Así se hacía en aquel tiempo, de
manera rústica, pero quedaba delicioso.
Esto tiene una aplicación a nuestra vida diaria. ¿Qué
relación puede haber?: Cuando se exprimía la uva, se aprovechaba únicamente el
jugo. El bagazo quedaba en la bolsita y después se tiraba a la basura. Para
sacarle jugo a la vida, hay que hacer exactamente lo mismo: aprovechar lo
dulce, lo que vale la pena y el resto, tirarlo. Para sacarle jugo a la vida,
hay que apretar fuerte, hay que tener valor para afrontar riesgos y tener una
voluntad firme.
Hay que ser un enamorado de la naturaleza y sus maravillas.
Hay que repartir amor, generosidad y consuelo. Hay que regalar sonrisas y nunca
ofender a nadie. Hay que amar sinceramente y jamás odiar a nadie. Hay que saber
perdonar y olvidar.
Si guardamos rencor a alguien, si vivimos quejándonos y
criticando a los demás... lo que estamos haciendo es quedarnos solo con el
bagazo de la vida, con los despojos. Estamos
desperdiciando el dulce jugo que nos ofrece.
Mucha gente acumula tanto bagazo que éste forma un tapón, que
no deja pasar la paz y la felicidad al alma y al corazón. Por eso, si queremos
dejar de sentirnos tristes, abatidos, solitarios, hagamos un recuento del
bagazo que hemos juntado en nuestra vida.
La vida es tan dulce como nosotros queramos que sea. De
nosotros depende si nos la amargamos o no. También de nosotros depende si
dejamos que otros nos la amarguen. Lo más sensato es desechar todo lo que nos
la amargue y disfrutar solo su dulce y refrescante jugo.
"Yo
he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia". Juan 10:10b
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