Vivía en un
pueblecito entre las montañas, una familia que tenía un niño de ocho años. El
pequeño se llamaba Noé, en honor al personaje bíblico, ya que la familia era
muy cristiana. Una tarde en que el niño salió a jugar con sus amigos, se
alejaron un poco de sus casas y se adentraron entre los árboles y espesa
vegetación, al pie de la montaña. Estaban tan entretenidos que no se dieron
cuenta de que ya empezaba a oscurecer. De pronto empezó a llover y los niños
corrieron rumbo al camino que los llevaría de vuelta al pueblo. A medida que la
lluvia arreciaba y el cielo se hacía más oscuro, más rápido corrían. Por fin
pudieron ver las luces del pueblo y pronto llegaron a él. Sus padres estaban ya
esperándolos preocupados y respiraron aliviados al verlos, pero cuando los
papás de Noé preguntaron por su hijo fue cuando recién se dieron cuenta de que
no iba con ellos. Entonces se organizaron y fueron todos al bosque, a buscar a
Noé con lámparas y cubriéndose como podían de la lluvia.
Caminaron y
caminaron llamándolo y el chico no aparecía. Así pasaron horas y la gente que
se había ofrecido para la búsqueda se empezó a regresar al pueblo. Al final
solo quedaron los padres de Noé, quienes cada vez más afligidos, no querían
dejar de buscarlo, pero el padre dijo: - Mujer, ya hemos buscado por todas
partes y no lo encontramos, esta lluvia y la oscuridad hacen muy difícil la
búsqueda, quizá sea mejor seguir en la mañana, con la luz del día. Le costó
mucho convencer a su esposa, pero regresaron a casa.
Al día siguiente,
por la mañana muy temprano, salieron nuevamente; ya había dejado de llover y el
sol brillaba alegre en el cielo. Caminaron entre los árboles y matorrales
llamando a su hijo. No pasó mucho tiempo, cuando vieron una cueva de la que no
se habían percatado la noche anterior. El padre se asomó hacia el interior y
con gran sorpresa vio a su hijo durmiendo plácidamente sobre un lecho de
hierbas.
- ¡Aquí está!
exclamó emocionado. La madre se acercó, al tiempo que el niño despertaba.
- Hola papá, hola
mamá... que ¿ya es de día?- Los padres lo abrazaron y le reclamaron la angustia
en la que los había tenido. Y el niño respondió:
- Cuando vi que
empezó a llover me refugié en esta cueva, pero mis amigos no se dieron cuenta.
Me quedé esperando a que vinieran a buscarme y me dormí. Ustedes siempre me han
enseñado que no hay que temer, porque Dios cuida de nosotros, ¿por qué se
angustian tanto entonces? El me cuidó igual que en casa. No tenían por qué
preocuparse porque aquí también estaba Dios conmigo.
Hay cosas que
según nuestra lógica humana, nos parecen inconcebibles, pero la confianza en
Dios no la podemos basar en nuestra lógica. Podemos contar con la protección de
Dios donde sea que nos encontremos, solo tenemos que creerlo, con la seguridad
del niño de la historia. También Pablo, cuando se encontraba en la cárcel,
mantenía su confianza en El y se mantenía sereno. Cuántas angustias y
preocupaciones nos ahorraríamos si de veras depositáramos nuestra confianza
plenamente en El. Si andamos de la mano de Dios, debemos creer que El no nos
dejará caer, porque ¿quién mejor que El nos podrá proteger?
"Aunque ande en valle de sombra o de muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento"
Salmos 23:4
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