Cuando
estamos a solas con el Señor, en oración o meditación, ¿qué sucede en nuestro
interior? Hay paz, hay recogimiento, hay confianza. Meditar en El, produce
fortaleza, cercanía, nos involucramos con El y lo comprendemos mejor, porque
nuestro discernimiento se agudiza, podemos pensar como El. Al estar a solas y
en contacto con Dios, podemos oír Su voz y saber lo que El quiere de rostros.
Nunca podremos oír la voz de Dios, si estamos inmersos en los afanes del mundo.
Es
necesario apartar un tiempo para la meditación. Hay tantas cosas que
quisiéramos que Dios nos respondiera, pero a veces pensamos que El no tiene
respuesta para nuestras inquietudes. Pero, somos nosotros, los que nos
apartamos tanto, que no alcanzamos a escuchar lo que El quiere decirnos.
Tapamos nuestros oídos espirituales con el bullicio del mundo, lo cual
imposibilita escuchar la voz de Dios. Meditar en Dios es concentrarse en El,
dejando de lado todo lo demás. De esta manera El nos podrá dirigir y alentar,
cuando le pongamos atención.
Acercarnos
a Dios en meditación, es más que tener unos momentos de calma. Al involucrarnos
más con Dios y pedirle Su dirección, El nos toma en Sus brazos, nos enseña, nos
guía, nos aconseja, nos da luz para entenderlo mejor, así como un padre que
sienta a su pequeño hijo en sus rodillas y le explica las cosas de la vida.
Meditando en Su Palabra nos damos cuenta de lo que es de El y de lo que no lo
es. Sabemos lo que le agrada y lo que le desagrada, podemos ver las cosas como
El las ve. Nuestra confianza aumenta y las bases de nuestra esperanza se
solidifican. Experimentamos la fuerza y el poder de Su Santo Espíritu en nuestro
ser.
La
meditación comienza con la lectura de la Palabra de Dios, esto hace que nuestra
relación con El se estreche más. El nos habla a través de las Escrituras. La
Biblia es una extensa carta dictada por Dios, llena de buenos consejos, de
advertencias, de historia, de poesía, de sabiduría, pero sobretodo de amor. Al
leerla recibimos su mensaje y al meditarla, éste penetra en nuestro corazón y
pasa a formar parte de nuestra vida misma. Además, nosotros podemos comunicar
al Señor, lo que pensamos, lo que sentimos, podemos manifestarle nuestras
dudas, nuestras indecisiones. Su Palabra nos aclara muchas dudas, por eso
debemos conocerla bien.
El
Espíritu de Dios actúa en nosotros tomando lo que Dios quiere decirnos y lo
introduce en nuestro espíritu. David es un ejemplo indiscutible de lo que es la
meditación en Dios. El enfocaba su mente y espíritu en Jehová, lo que dio
origen a los preciosos Salmos que todos conocemos. El apartaba tiempo para
esto, se "desconectaba" de sus tantas actividades como rey y se entregaba
a la meditación en su Señor. Esos momentos a solas con El, fueron lo más
valioso que tuvo en todo su reinado.
Meditar
en el Señor, nos ayuda a tener una percepción más clara de Su presencia en
nuestras vidas. Nos ayuda a descansar en
El, a confiar en El en todos los aspectos, como lo hizo el rey David. Al
conocerlo tan íntimamente, podemos saber qué es lo que pasa dentro de nosotros,
cuando externamente parece no haber ninguna explicación. Estar a solas con El,
constituye el tranquilizante más poderoso y eficaz, que la ciencia nunca
llegará a poder crear.
"En
la hermosura de la gloria de tu magnificencia, y en tus hechos maravillosos
meditaré" Salmos 145:5
Angélica
García Sch.
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