Un
hombre se encontraba en medio de un río. Había caído de su bote al chocar
contra una roca y la corriente lo arrastraba hacia los rápidos. Al llegar a
ellos, su cuerpo parecía una hoja, a merced de las turbulentas aguas. Estaba
aterrorizado, se acercaba cada vez más a las cataratas. Una luz de esperanza se
encendió en su corazón, cuando pudo asirse de una rama, pero fue por poco tiempo,
la rama se quebró y nuevamente fue a la deriva.
Desesperado,
buscaba rocas, ramas, cualquier cosa a la cual aferrarse para salvarse. Otra
rama se cruzó en su camino, a la cual logró asirse, pero terminó igual que la
anterior, rompiéndose. Y así, rama tras rama, a las cuales se lograba asir, se
rompían, arrojándolo una y otra vez a la corriente.
Un
ruido infernal le indicó que estaba muy cerca de la cascada. Lleno de pánico
miró hacia el borde opuesto del río, allí no había rocas ni arbustos. Las aguas
se deslizaban apaciblemente hacia la orilla, hasta una playita de arenas
blancas, que brillaban bajo el sol. Era un panorama maravilloso, cómo deseaba
poder llegar hasta allí. Intentó nadar, pero se dio cuenta que por sus propias
fuerzas era imposible. El torrente lo empujaba más y más. Entonces no pudo más
y lloró, clamando a Dios por un milagro, pues sentía que estaba próximo a
morir. A pocos metros estaba su salvación, pero no podía llegar hasta allí.
En
medio de su pesadilla, divisó a un hombre que nadaba hacia él y le extendía su
mano. No comprendía cómo podía nadar sin dificultad entre las turbulentas
aguas. Parecía que aquel hombre tenía completo dominio sobre la naturaleza.
Cuando por fin tocó su mano, se aferró a ella fuertemente y se dejó conducir a la
orilla, confiando en que sería puesto a salvo. Y así fue.
Ya
en tierra firme recobró el aliento. ¡Cómo podría agradecerle a ese hombre lo
que había hecho por él! Casi no se atrevía a mirarlo, pero poco a poco levantó
la mirada y lo vio. Ese hombre tenía el rostro más bondadoso que jamás había
visto. Le inspiró un profundo respeto y un agradecimiento tan inmenso, que le
era difícil expresarlo con palabras. Finalmente, solo puedo decir: Gracias, le
debo la vida.
El
mundo es como un río de aguas turbulentas, en las que muchas personas se
encuentran a la deriva, tratando de asirse a ramas que fácilmente se rompen,
porque representan falsas promesas de salvación. Religiones, sectas,
filosofías, tradiciones, etc., son ramas frágiles que no ofrecen una salvación
verdadera. Solo aferrarse a la mano de Jesús, es garantía de una salvación
verdadera. El es el único capaz de rescatarnos de entre las aguas turbulentas
de la vida y llevarnos a una playa tranquila y segura.
Y
EN NINGUNO OTRO HAY SALVACION, PORQUE NO HAY OTRO NOMBRE DEBAJO DEL CIELO, DADO
A LOS HOMBRES, EN QUE PODAMOS SER SALVOS
Hechos 4:12
Angélica
García Sch.
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