Oscar
era el hijo menor de la familia Padua, el pequeño estaba a punto de cumplir los
ocho años justamente el 24 de Diciembre. Siempre había dicho que debía recibir
regalo doble en Navidad, uno por su cumpleaños y el otro por el cumpleaños de
Jesús. Sin embargo, ese año, Oscar quería un solo regalo, porque era lo que más
quería con toda su alma: un perrito. Pero no quería un perrito comprado en una
tienda, había dicho a sus padres que quería un perrito rescatado de la calle,
uno que no hubiera conocido un hogar, uno que no tuviera donde dormir y que
tuviera tanta falta de amor que cuando viera todo el que él le quería dar,
brincara de alegría y felicidad.
-
Pero
en la tienda de mascotas hay perritos muy bonitos y finos que te podemos
comprar, hijito- Había dicho su padre.
-
No,
yo quiero uno de la calle, de esos que nadie quiere, porque ellos sí necesitan
una casa donde vivir y necesitan quien los quiera. Los perritos que venden en
las tiendas serán muy bonitos, pero yo les aseguro que el mío también lo será,
se pondrá muy bonito de tanto amor que yo le daré. Se los prometo.
El
padre de Oscar dudaba, pero finalmente accedió y en víspera de Navidad se fue
con su esposa a buscar al afortunado animalito que sería el doble regalo para
su hijo. Recorrieron algunas calles y no fue difícil encontrarlo, estaba
registrando algunas bolsas de basura, desesperado, hambriento… Su pelaje color
miel estaba gris por la tierra acumulada, su pelo, relativamente largo, estaba
enredado, desaliñado… era de esperarse. Se miraron el uno al otro, era obvio que
no acababan de decidirse, el animalito posiblemente tenía bichos, estaba tan
sucio, ¿cómo iban a regalarle algo así a su hijo? Pero él estaba tan empecinado
en su deseo, que por fin pusieron manos a la obra. Era un cachorro todavía, el
señor Padua se acercó y le habló suavemente, el animalito lo miró con ojos
tristes, pero sin miedo. En realidad era muy joven, un perro de más edad y
experiencia hubiera huido, este cachorro aún no conocía la crueldad humana, era
confiado como un niño inocente. Entonces el padre de Oscar se acercó aún más
hasta poder tocarlo, le hizo un par de caricias en la cabeza y el perrito movió
la cola.
El
papá de Oscar llevó al perrito a la clínica veterinaria para que le dieran un
buen baño, le cortaran y arreglaran el pelo y le eliminaran todos los bichos
que pudiera tener. Había comprado un gran moño azul para ponerle al perrito y
convertirlo en un regalo. Más tarde, cuando se lo entregaron en la clínica, no
lo reconoció. Le estaban entregando un lindo y reluciente cachorrito color
miel, que al verlo se puso loco de contento. El señor Padua se emocionó, ¿cómo
pudo reconocerlo aquel animalito si apenas lo había visto unos instantes? ¿Cómo
podía estar tan agradecido? El médico veterinario le dijo:
-
Los
animalitos que son recogidos de la calle son los más agradecidos mi amigo.
Usted ha hecho bien, es mejor recoger animalitos sin hogar que comprar alguno
para incrementar las ganancias de los que comercian con ellos. Yo creo que los
animales se merecen un respeto. Estoy seguro de que éste será el mejor regalo
de Navidad que podrá hacerle a su hijo.
-
Estoy
seguro que sí- respondió el señor Padua y se fue con el pequeño suave,
perfumado y ya miembro de la familia, en sus brazos.
Esa
nochebuena, el arbolito de Navidad relucía con sus luces de colores en la casa
de la familia Padua. Los niños estaban ansiosos por abrir sus regalos. Oscar
estaba triste, había registrado toda la casa y no había encontrado ningún
perrito escondido por ahí y tampoco había escuchado ningún ladrido. Seguramente
sus papás no habían querido hacerle ese regalo que tanto deseaba. Sus hermanos
ya habían abierto sus regalos y estaban felices y contentos, pero él se sentía
decepcionado. Había una sola caja para él y no parecía en absoluto que tuviese
un perro adentro. De repente vio que la caja se movía un poco y el corazón le
dio un brinco… ¿o se lo había imaginado?
-
¿No
vas a abrir tu regalo, hijito?- preguntó la mamá- Oscar la miró, esperando adivinar
en su mirada si su regalo era ese que tanto anhelaba.
Pero
no lo sabría hasta que lo abriera, así que se armó de valor y se dispuso a
abrirlo. Su corazón empezó a latir más fuerte al darse cuenta de que la caja se
estremecía, ¡seguro que había algo vivo adentro!
El
primer encuentro entre Oscar y su perrito fue histórico para la familia. Nunca
lo habían visto tan feliz. Sus hermanos también estaban contentos, pero Oscar
aclaró:
-
¡Benjamín
es mío y solo mío!
-
¿Benjamín?
– exclamaron todos al unísono.
-
Sí,
porque será el más pequeño de la familia, por eso le he puesto ese nombre.
Oscar
tiene ahora 35 años y su propia familia, una esposa y tres pequeños. Es 24 de
Diciembre y él siempre recuerda esa Navidad especial en que recibió a Benjamín.
Sus hijos siempre le piden que cuente la historia de Benjamín y su vida con él,
sobre todo en esas fechas. Es que Benjamín fue su mayor ilusión de la niñez y
el mejor compañero de juegos y de vida. Si un amigo le había demostrado un amor
tan incondicional, ese había sido Benjamín. Lo había acompañado durante catorce
años de su vida, siempre a su lado, siempre fiel. Qué de aventuras habían
corrido juntos en su infancia y cuántas veces lo había esperado junto a la
puerta, cuando Oscar ya iba a paseos y reuniones juveniles. En esa edad en que
los adolescentes se sienten incomprendidos, Benjamín estaba siempre junto a
Oscar, mirándolo con sus ojos llenos de amor, callada y ceremoniosamente. Benjamín
le daba un toque de complacencia a cualquier momento ingrato.
Cada
Navidad en casa de Oscar, al poner la estrella en el pino navideño, se pone
también una foto de Benjamín, en recuerdo de aquella Navidad, cuando al cumplir
los ocho años, recibió el mejor regalo que jamás había recibido en su niñez.
Hay
cosas simples y quizá sin importancia para los adultos, pero que para los niños
tiene un gran significado y no olvidan jamás. Cada uno de nosotros tiene algún
recuerdo de algún regalo en especial, algo que jamás olvidará. Para Oscar no ha
habido mejor regalo que aquel que recibió al cumplir los ocho años y que no fue
un simple juguete, algo material y sin vida, sino que fue un regalo con vida y
sentimientos, su querido y recordado Benjamín.
Para
los cristianos, el regalo que supera a cualquier regalo favorito de nuestra
infancia, el más importante e inmerecido de toda nuestra vida es el de la
salvación de nuestra alma, dada por gracia por aquel que tomó la forma de
hombre, naciendo en un humilde pesebre y que después de haber llevado una vida
limpia y sin pecado, fue crucificado como un criminal para pagar por los
pecados de toda la humanidad. Este es un regalo imperecedero, eterno y único
que nadie más nos puede dar. Por eso, cada vez que se celebra su nacimiento,
aunque no haya sido en la fecha en que el mundo lo celebra, nos unimos al
festejo porque el festejado es lo que importa y merece toda nuestra alabanza,
toda la gloria y todo el honor, a Jesucristo, nuestro Señor.
Angélica
García Sch.
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