Llovía
esa tarde en que se llevaba a cabo el funeral de Pablo. Los familiares y amigos
que tuviera en vida el joven difunto, estaban mudos debajo de sus paraguas,
cabizbajos, sin entender. Y es que Pablo era tan joven, con una vida por delante,
con una carrera, unos padres que lo amaban, ¿cómo era posible?... El reverendo
pronunció las últimas palabras de su discurso y luego de que se escuchó el
unísono Amén, los presentes comenzaron a dirigirse hacia sus automóviles. Al
final solo quedaron los padres de Pablo y sus dos hermanos pequeños en el
lugar. Su madre lanzó dos rosas blancas sobre el féretro antes de que lo
bajaran por la abertura de la tierra, hecha por los sepultureros.
Todas
las personas que asistieron al funeral de Pablo tenían una pregunta en su
interior: “¿Por qué?”
La
corta vida de Pablo había sido exitosa. Había sido un niño alegre y hermoso,
luego un adolescente ejemplar, estudioso, siempre buscando superarse. No había
pasado por la etapa de la rebeldía como los demás adolescentes o quizá sí lo
hizo, pero nadie lo notó, porque la diplomacia con la que trataba a las personas, especialmente a sus padres,
hacía que nunca nadie notara sus desacuerdos.
Pablo
mostraba interés por los deportes extremos, los que empezó a practicar después
de cumplir los dieciocho años, mostrando preferencia por las alturas, así es
que hizo un curso de paracaidismo. Realizó varias hazañas en salto base, deporte
que está considerado el más peligroso del mundo y causa de muerte de, según las
estadísticas, diez personas anualmente, pero Pablo no temía a la muerte, era
muy seguro de sí mismo. Había saltado desde edificios, puentes y acantilados
durante esos tres últimos años sin que le pasara nada. Sus amigos lo admiraban,
pero sus padres poco o nada sabían de esto, es decir no se imaginaban a qué
grado de peligrosidad se arriesgaba su hijo. Esto era un secreto de amigos.
Pablo tenía tres amigos que lo acompañaban siempre en sus prácticas y lo
consideraban poco menos que un súper héroe. A Pablo no le interesaba la fama ni
la competencia, solo quería experimentar “esa sensación indescriptible que se
siente al estar en las alturas”, como siempre decía.
Tres
días atrás, sábado por la mañana, Pablo y sus compañeros habían viajado hasta
un lugar ubicado a unos 80 kms. de la ciudad donde vivían, para que Pablo
ejecutara un salto espectacular y extremadamente peligroso. Para esto había
rentado un helicóptero, había invertido todos sus ahorros en la renta de este
aparato volador. Sus amigos habían tratado de hacerlo desistir, porque era una
locura intentar lo que quería hacer. Aquel lugar montañoso estaba lleno de
riscos y acantilados, solo un loco querría intentar lanzarse desde uno de ellos
y ese loco era Pablo. Solo subió al helicóptero y les dijo: “¡Nos vemos al
rato!”
Los
muchachos observaban desde abajo, como el helicóptero llegaba hasta una cima
escarpada y buscaba donde aterrizar, pero parecía que no había ningún espacio
plano, así que vieron con los binoculares a Pablo que bajaba por una
escalerilla y ponía pie en tierra. Estaban verdaderamente desesperados, habían
tenido la esperanza de que él se arrepintiera al último momento, pero no fue
así. Le gritaban que no lo hiciera, pero Pablo no los escuchaba. No querían
mirar, pero tenían que hacerlo, debían estar pendientes de él. Así que vieron
cuando Pablo, sin ningún titubeo, se lanzó al vacío confiado, como lo hacía
siempre y planeó unos instantes en el aire, para después empezar la caída
libre. El corazón de los muchachos iba a explotar, esos segundos antes de que
se abriera el paracaídas les parecieron eternos, pero aún después de esto, la
zozobra les superaba. Poco a poco pudieron ver que Pablo se acercaba desde las
alturas, hacia donde ellos estaban. Cuando pudieron distinguir su rostro y
vieron su gran sonrisa, se fueron calmando, pero hasta que no lo vieron sobre
tierra firme, no respiraron totalmente aliviados. Los amigos de Pablo jamás
olvidarían ese día, pero no por la gran proeza de su intrépido compañero, sino
por lo que vendría después…
Iban
en el auto, de regreso a casa, cantando contentos, relajados, después de tanto
derroche de adrenalina. Se pararon a comer algo en una posada del camino y al
terminar, se dirigieron al vehículo para seguir su viaje. Pablo pasó al lado de
la carretera y abrió la puerta del lado del conductor para subirse y tomar el
volante y en eso, sin que nadie se diera cuenta, sin que nadie escuchara nada,
apareció un auto rojo que venía a toda velocidad. Pablo no alcanzó a quitarse,
él y la puerta delantera del carro volaron literalmente por los aires. El auto
rojo desapareció en la curva cercana. Los compañeros de Pablo se convirtieron
en estatuas de mármol por unos instantes… nadie podía articular palabra ni
mover un dedo. Por fin uno de ellos reaccionó y corrió hacia donde había
quedado el cuerpo de Pablo, enseguida lo siguieron los demás. Pablo había hecho
un corto y último vuelo, el más absurdo de su vida, uno que no estaba planeado,
uno que ni siquiera le significó “esa sensación indescriptible que se siente al
estar en las alturas”…
Seguramente,
leyendo usted esta historia, al llegar a la parte donde se habla de la afición
del joven Pablo a un deporte extremo, lo asoció a la causa de su muerte, era lo
más lógico, pero como pudo ver las cosas no fueron así, porque la vida nos da
sorpresas y la muerte también, ésta viene sin previo aviso, puede ser en el
momento menos esperado y de la manera más absurda e impensable. Mucha gente se
siente muy segura de sí misma, es joven, está en perfecto estado de salud, en
la cúspide de su éxito profesional y económico, etc. pero nada de esto es
garantía de vida. Solo Dios tiene poder sobre la vida y la muerte. Estas
palabras no son para asustar al lector, sino para invitarlo a reflexionar. La
juventud, el éxito, el dinero, las posesiones y aún la buena salud, no nos
garantizan una larga vida, ocurren cosas inesperadas en todas partes. El ser
humano es tan frágil y vulnerable. El joven de esta historia se sentía
indestructible, sus amigos lo admiraban, sin embargo…
Debemos
estar preparados en todo momento para rendir cuentas a Dios. Debemos depender
de Él, encomendarnos a Él cada día, reconocer que nuestra vida está en sus
manos y no en las nuestras. Echemos fuera toda soberbia. Somos seres humanos
creados a imagen y semejanza de Dios, pero no somos dioses, Él y solo Él puede
disponer de nuestra existencia.
Angélica García Sch.
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