La
vida le sonreía a Pedro, tenía juventud, salud, una familia que lo apoyaba en
todo y además se acababa de graduar de la universidad. Esa noche venía de
festejar con sus amigos y conducía por la avenida, estaba muy oscuro y bullía
una densa niebla que se mezclaba con las luces del auto, produciendo reflejos
que le impedían ver bien, pero a pesar de eso no bajaba la velocidad. Tenía la
cabeza llena de ilusiones y proyectos relacionados con el inicio de su vida
profesional, no podía pensar en otra cosa. Tenía puesta toda su confianza en
sus capacidades, se consideraba completamente seguro de sí mismo y esa noche se
sentía dueño del mundo. Pero cuando solo le faltaban unas pocas cuadras para
llegar a su casa, ocurriría algo que iba a convertirse en aquella sombra
siniestra que iba a oscurecer su vida para no dejarle disfrutar de nada de ahí
en adelante.
La
oscuridad y los reflejos de las luces en la niebla formaban una cortina que le
dificultaba la visibilidad y la velocidad con la que dio la vuelta en la esquina
completó el cuadro propicio para la tragedia. Se dio cuenta de que había
atropellado a alguien porque el auto se cimbró bruscamente al pasar sobre el
cuerpo. Detuvo el vehículo y se bajó, miró hacia todos lados, no había nadie,
ningún testigo. Bajo las ruedas de su vehículo se asomaban unas piernas de
hombre, se llenó de horror. Probablemente era un vagabundo, a decir por sus
ropas. Se quedó parado allí por un rato sin saber qué hacer, ¿estaría muerto?,
esa idea lo hizo temblar, aquello le significaría la cárcel, no, eso no podía ser,
nada ni nadie iba a echar por tierra sus planes y proyectos justo ahora, pensó,
mientras pasaban por su mente escenas terribles. Volvió a mirar hacia todos
lados, nadie a la vista. Entonces tomó la decisión que supuso más sensata: huir
de allí. Pero el hombre se encontraba justo debajo del auto, solo había dos
opciones: sacarlo de allí o pasarle por encima… Se horrorizó más. Se armó de
valor y se dispuso a sacar al pobre hombre de allí. Pudo darse cuenta de que lo
que más temía era un hecho: el hombre estaba muerto. Le temblaban las manos, el
corazón se le quería salir del pecho, nunca en su vida se sintió tan
desesperado, pero al fin logró sacar el cuerpo de debajo del auto y emprendió
la huida a toda velocidad.
En
dos segundos ya estaba en su casa y se fue directo al baño para lavarse los
restos de sangre de sus manos. Estaba en shock. Se encerró en su cuarto y se
sentó en un rincón, en el suelo, intentando calmarse, pero no lo consiguió.
-
¿Eres
tú, hijo?- se escuchó la voz de su madre al otro lado del pasillo. Respondió,
tratando de que en su voz no se notara el nerviosismo que le embargaba.
-
Sí
mamá… ya me voy a dormir… Hasta mañana.
-
Hasta
mañana hijo, que descanses.
Fue
la noche más larga de su vida. La parte acusativa de su mente le pasó una y
otra vez la película del atropellamiento del que fue el protagonista, el
agresor, el asesino… Pero la parte defensora, le decía que huir había sido lo
más sensato, pues no podía arruinar su vida a causa de un pobre vagabundo que
se cruzó en su camino. Casi al amanecer se le cerraron los ojos y se quedó
dormido unos instantes. Despertó consternado, sin poder quitarse la visión de
la noche anterior de su mente.
Pedro
estaba muy alterado y le era casi imposible disimularlo delante de sus padres a
la hora del desayuno. Ellos notaron su nerviosismo, pero lo achacaron a la
emoción que debía sentir su hijo a causa del importante cambio en su vida de
estudiante a profesionista. Durante el desayuno, su padre gustaba de ver el
noticiero local, Pedro tembló ante la posibilidad de que fuese a aparecer la
noticia que él temía. Deseó con toda su alma que no hubieran encontrado al
vagabundo o que los periodistas no le dieran importancia, pero no fue así y las
palabras del presentador fueron como descargas eléctricas en sus oídos: “En la
madrugada fue encontrado el cuerpo sin vida de un hombre, aparentemente un
vagabundo, el cual fue atropellado por un vehículo cuyo conductor se dio a la
fuga, dejándolo abandonado en medio de la calle…”
-
¡Ay
pobre hombre!- dijo su madre- ¡Qué gente tan irresponsable y cobarde! Dejarlo
ahí tirado, quizá desangrándose… ¡el que hizo eso es un canalla, un asesino!-
Las palabras de su madre eran como dardos que entraban directamente en el
corazón de Pedro.
-
Debió
llamar una ambulancia al menos, antes de huir el desgraciado- dijo su padre.
-
No
debió huir, debió enfrentar su responsabilidad, sobre todo cuando se trata de
la vida de una persona, pues aunque fuese un vagabundo, esa vida vale igual
para Dios que la de un hombre importante- respondió su madre- Pedro se sentía
cada vez peor y le costaba enormemente aparentar calma, quería estallar,
decirles a sus padres que él era ese irresponsable y que no sabía qué hacer,
pero al escuchar sus comentarios, decidió callar para siempre. No podía
permitir que ellos supieran lo cobarde y egoísta que era su hijo, ese hijo que
se acababa de graduar de la universidad y del que estaban orgullosos, pero que
como ser humano no valía nada.
La
vida de Pedro cambió, sí, pero no como todos esperaban. La vida se le hizo cada
vez más pesada, tenía pesadillas, se avergonzaba de sí mismo, estaba lleno de
temores y todo eso tenía que disimularlo frente a sus padres y demás personas
allegadas a él. Pasó el tiempo y llegó a ser un gran profesionista, subió hasta
la cumbre del éxito, eso que en la sociedad se llama éxito, pero todas las
mañanas tenía que prepararse para actuar, para aparentar ser un triunfador, a
pesar de sentirse el peor de los fracasados en su interior. Cargaba consigo una
pesadilla que le perseguiría siempre, día y noche, sentía que su vida entera
era una farsa, pero se sentía obligado a seguir fingiendo lo que no era.
Pedro
se resignó a cargar de por vida con una culpa que le pesaba enormemente sobre
sus espaldas, porque no sabía qué hacer, no sabía a quién recurrir para
encontrar alivio y perdón. Así como Pedro hay cientos de personas que cargan en
su conciencia algún acto de sus vidas el cual les pesa tanto que les priva de
la alegría de vivir. ¿Eres tú uno de ellos? ¿Existe en tu vida algo que guardas
en tu corazón, algo que no te atreves a contarle a nadie y que te atormenta?
¿Quisieras sentirte libre de esa carga? Hay buenas noticias para ti, existe alguien
que te puede liberar de esa carga y se llama Jesucristo. Él te dice: “Venid a
mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo
11:28 RV)
Confiésale
tu secreto al Señor, que aunque Él lo sabe, quiere que tú se lo digas, como un
niño cuando le confiesa a su padre lo malo que ha hecho. Si estás
verdaderamente arrepentido, Él te otorgará su perdón, sanará tu alma y te
liberará de esa carga, porque él ya ha pagado por ella en la cruz. Jesús te
ofrece una vida nueva, libre de culpas del pasado, lo único que tienes que
hacer es recibirlo en tu corazón como tu único y suficiente Salvador y
permitirle tomar el control de tu vida. Esta es la mejor decisión que puedes
tomar para iniciar bien este nuevo año que está comenzando. Dios te bendiga.
Angélica García Sch.
Angélica García Sch.
No hay comentarios:
Publicar un comentario