“Dios habrá de juzgar
toda obra, buena o mala, junto con toda acción encubierta.” Eclesiastés 12:14
“Vayamos
a prender estos cohetes, al fin que nadie nos ve”, dijo Miguel a su amiguito.
Su padre le tenía prohibido jugar con fuegos artificiales, pero él los había
comprado a escondidas, así que aprovechando que en ese momento no estaba y su
madre estaba planchando arriba en la recámara, el pequeño instó a su amigo a ir
al lote baldío detrás de su casa, para hacer lo prohibido. Salieron al patio y
sigilosamente pusieron unas cajas de madera a modo de escalones, para llegar a
lo alto de la barda y saltar hacia el otro lado, al lote baldío. Después
entrarían por la puerta de la casa, diciendo que estaban “afuerita” y se les
había cerrado la puerta. Lo tenían todo planeado y sonrieron prematuramente jactándose
por burlar las órdenes del padre y lograr engañar a la madre.
Ya
en el descampado, se prepararon para cometer su travesura. Miguel llevaba los
cohetes en los bolsillos, su amigo llevaba cerillos y un encendedor. El primer
cohete salió disparado por sobre una casa, el siguiente explotó en el suelo y
solo hizo ruido. Pero el tercero… Miguel no se dio cuenta qué pasó, lo único que
recuerda y que no olvidará durante toda su vida es aquel dolor terrible en sus
manos. La travesura había terminado trágicamente y con sus respectivas
consecuencias: Miguel ya jamás podría tener una movilidad normal en sus manos y
jamás podría borrar esas horribles cicatrices.
Muchas
veces de niños hicimos algo a escondidas de nuestros padres, algo que nos
habían prohibido, así que no podíamos hacerlo enfrente de ellos, porque
sabíamos que nos regañarían. Y también muchas veces nos fue peor, por ejemplo,
cuando al tratar de alcanzar la caja galletas en la parte de arriba del
estante, se cayó la silla donde nos habíamos encaramado y nosotros con ella,
dándonos un buen golpe. Y aparte del regaño recibimos la consabida frase: “¿Ves?,
¡por desobedecer mira lo que te pasó! La desobediencia siempre traerá
consecuencias. La desobediencia fue el primer pecado cometido por el hombre y
le trajo consecuencias a la humanidad entera.
Quizá
algunas veces, de niño, burlaste la vigilancia de tus padres y te saliste con la
tuya. Quizá de adulto hayas alguna vez burlado la confianza que alguien ha
puesto en ti y le hayas traicionado. Quizá alguna vez te hayan dado cambio de
más en el supermercado y no dijiste nada, porque la cajera no se percató. Y así
podríamos citar muchos ejemplos que son actos que desde niños nos acostumbramos
a hacer, pensando que nadie se dio cuenta, que nadie nos vio.
¿Por
qué olvidamos lo más muy importante?: Justamente Aquel que nos va a juzgar al
final de nuestro camino es quien TODO LO VE. De niños nunca nos hubiéramos
atrevido a hacer lo prohibido delante de nuestros padres, no podíamos permitir
que nos vieran, porque no nos escaparíamos del castigo. ¿Por qué no tomamos en
cuenta eso ahora, si sabemos que Dios tiene conocimiento de todo lo que hacemos
y si obramos mal, Él nos disciplinará? ¿Necesitamos verlo físicamente para
creer que nos está viendo? Eso sería falta de fe, decimos que creemos en quien
no vemos y no lo vemos porque Él es espíritu (Juan 4:24a)
Dios
es omnisciente, es decir que todo lo sabe y su omnisciencia debería ser motivo
suficiente para pensarlo dos veces antes de hacer algo indebido. Así que cada
vez que sintamos que estamos a punto de ceder a alguna tentación o hacer alguna
diablura desagradable a los ojos de Dios, no pensemos: “al fin que nadie me ve”
porque no es así. Dios nos ve de mañana, tarde y noche, en todo momento y
porque nos ama, nos disciplinará si obramos mal: “porque el Señor disciplina al
que ama, y azota a todo el que recibe como hijo.” (Hebreos 12:6 RVC)
Nada
escapa a los ojos del Señor, así que si hay algo vergonzoso en tu vida que
nadie sabe, arrepiéntete, porque ¡Dios sí lo sabe!
Angélica García Sch.
Angélica García Sch.
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