El
sol se oscureció y la tierra tembló cuando Jesús murió en la cruz. El velo del
templo se rasgó en dos, esto significaba que la muerte de Cristo dejaba libre
acceso a la presencia de Dios. Jesús pagó el precio para que la relación del
hombre con Dios fuera restaurada. La paga del pecado es muerte, pero la deuda fue pagada en su totalidad por
Jesús, una vez y para siempre. Ya no era necesario ni un sacrificio más, ya no
era necesario el derramamiento de sangre.
Envolvieron
el cuerpo de Jesús en una sábana y lo pusieron en el sepulcro, pero algo maravilloso
sucedería al tercer día, cuando unas mujeres encontraron que la piedra que
tapaba la entrada al sepulcro, había sido removida. Entraron y se dieron cuenta
de que el cuerpo no estaba allí. Entonces se presentaron dos ángeles enviados
por Dios y les dijeron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que
vive?" Ellas comprendieron, el Señor les había hablado de su resurrección
y así había ocurrido. Corrieron a comunicárselo a los demás.
Los
discípulos se desconcertaron al escuchar a las mujeres y algunos fueron a
cerciorarse. Encontraron la tumba vacía. Después, Jesús se presentó ante ellos,
vivo, estaba vivo otra vez y para siempre. Estuvo Jesús con ellos por un tiempo
y después ascendió a los cielos, en todo su esplendor y gran gloria, para
ocupar su lugar con el Padre. Su misión en la tierra había sido cumplida.
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