Jesús
tenía una misión y se acercaba el día de cumplirla. Los fariseos, que eran los
religiosos de ese tiempo, andaban tras él intentando descubrir cualquier cosa
que lo condenara y así entregarlo a las autoridades, pero nunca pudieron
encontrar nada malo en él. Lo acusaban de blasfemo por autonombrarse Hijo de
Dios y querían acabar con él.
Finalmente,
uno de sus propios discípulos, Judas Iscariote, quien andaba con Jesús, pero en
realidad nunca había sido un verdadero discípulo, lo entregó a cambio de unas
cuantas monedas, como estaba profetizado en las Escrituras. Jesús ya sabía lo
que iba a venir y lo anunció a los apóstoles. Celebró con ellos una cena, que
sería la última en que estarían juntos. Tomó el pan y dijo" Tomen, coman,
este es mi cuerpo". Y tomando la copa de vino, dijo: "Esta es mi
sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada, para remisión de sus
pecados". Jesús les anunciaba su muerte, pero les dijo que no los dejaría
solos, el Padre enviaría a su Espíritu Santo para que morara en ellos y les
ayudara a comprender todas las cosas.
Compareció
ante diversas autoridades, acusado de agitador, perturbador de la paz y
blasfemo, pero nadie encontraba bases para condenarlo. Fue injuriado,
insultado, torturado, escupido, burlado, azotado, pero ninguna palabra de queja
salió de su boca. Se sometió humildemente, porque su amor hacia la humanidad
era muy grande, tanto que lo sentía hacia sus propios fustigadores.
Lo
llevaron al monte Calvario para ser crucificado. A él, que nunca había hecho mal
alguno, pero cargaba con nuestros pecados, aun los de seres humanos que todavía
no nacían. Jesús estaba pronto a recibir el castigo que nos correspondía a
nosotros pecadores. Clavaron sus manos y sus pies al madero y le pusieron una
corona de espinas, burlándose de él y él solo dijo: "Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen"
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