El
hombre pobló la tierra y comenzó a forjarse la historia de la humanidad. El
hombre no tenía a Dios y vivía una vida desenfrenada y sin control. La maldad y
la rebeldía contra Dios eran manifiestas. Y Dios mandó un castigo sobre la
tierra: un diluvio el cual acabaría con las criaturas vivientes. Pero tuvo
misericordia de un hombre llamado Noé, él y su familia, eran fieles a Dios y El
los salvó de la destrucción, así como a una pareja de cada especie animal, para
que después repoblaran la tierra.
Después
del diluvio la raza humana se volvió a multiplicar y otra vez prevaleció la
maldad. Dios escogió a un pueblo, para manifestarse a las naciones: al pueblo
de Israel. Los israelitas eran esclavos en Egipto, entonces Dios eligió a un
libertador: Moisés, su siervo fiel, para liberarlos. Dios usó su poder a través
de Moisés frente al faraón, para lograr el rescate de su pueblo elegido.
Dios
prometió a los israelitas una tierra maravillosa y Moisés debía guiarlos hasta
allá, a través del desierto. En el trayecto, Dios entregó a Moisés, las tablas
en donde grabó con su propio dedo, los mandamientos de Su ley. Pero nadie fue
capaz de cumplir estos mandamientos, debido a la naturaleza pecaminosa del
hombre.
Dios
mandó a construir un tabernáculo, que era algo así como un templo transportable
y constaba de muchos elementos, entre ellos un arca, en donde se guardaban las
tablas de la ley. Esto era dentro de un área llamada el Lugar Santo.
Los
sacerdotes presentaban ofrendas y sacrificios de animales diariamente. Una vez
al año, el sumo sacerdote, presentaba una ofrenda especial por sus propios
pecados y los de la comunidad. Esto se llevaba a cabo en el llamado Lugar
Santísimo, donde nadie tenía acceso, sino que únicamente el sumo sacerdote,
después de purificarse. Un velo grueso protegía el Lugar Santísimo. Allí se
encontraba la presencia de Dios y ese velo simbolizaba la separación de Dios y
el hombre.
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