Al
tener el conocimiento del bien y del mal, Adán y Eva, se dieron cuenta de que
estaban desnudos, se avergonzaron y se cubrieron con hojas de higuera. Cuando
Dios los buscó, intentaron ocultarse, pero Dios sabía lo que habían hecho. La
armonía entre Dios y el ser humano se había roto. El hombre se había corrompido
con el pecado y ya no era posible que permaneciera en la presencia de Dios,
porque El es Santo y no puede cohabitar con la impureza del pecado.
Adán
y Eva se separaron de Dios. Antes de abandonar el Paraíso, Dios les hizo
vestidos con la piel de un animal. Este acto simboliza algo muy importante: es
necesaria la muerte y el derramamiento de sangre para cubrir los pecados del
hombre.
Adán
y Eva no sospechaban las terribles consecuencias de su desobediencia. Habían
roto su relación con Dios, ya no le pertenecían a El, sino que a Satanás, pues
habían elegido obedecerle a él y no a Dios. Habían perdido todos los
privilegios por un momento de placer pasajero, por creerle al engañador más
grande, al enemigo de Dios.
La
naturaleza humana se transformó de acuerdo a la naturaleza de su nuevo dueño.
La inclinación hacia lo prohibido, lo pecaminoso, lo desagradable a los ojos de
Dios, era parte del hombre ahora y lo heredaría a toda su descendencia. La raza
humana estaba condenada a vivir separada de Dios.
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