martes, 19 de febrero de 2013

Por un placer pasajero



Adán y Eva vivían en armonía con Dios, bajo su bendición y dentro del plan que El había trazado para ellos. Vivían felices en el Paraíso. Allí no existía el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte. Dios les entregó un huerto en Edén, en donde podrían comer de todo lo que allí había, pero Dios les hizo una advertencia respecto a cierto árbol: el árbol de la ciencia del bien y del mal. Les prohibió comer de su fruto, porque de hacerlo, morirían (espiritualmente). Ellos eran libres de elegir, podían obedecer o desobedecer, no sabían que de su decisión dependía el futuro de la humanidad entera.
Entonces un día hizo su aparición, el rey del engaño y la maldad: Satanás, quien tenía poder para materializarse en una serpiente y se presentó ante Eva para tenderle una trampa. Le dijo que si comían el fruto prohibido, llegarían ella y su compañero, a ser como Dios. A Eva le pareció muy atractiva la idea y probó la fruta. Después le dio a probar a Adán, que también sucumbió a la tentación. Ese momento marcó el destino de la raza humana. El hombre había elegido rebelarse contra Dios, había cometido el primer pecado. Antes de esto, Adán y Eva eran inocentes como niños, pero ahora, habían perdido su inocencia y habían muerto espiritualmente.

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