A
la mayoría de las mujeres nos gustan las plantas y las flores, tenerlas en casa
para alegrar el ambiente es una costumbre muy sana y además decorativa. Las
mujeres podríamos compararnos con las plantas en algunos aspectos: las mujeres
necesitamos cuidados, las plantas también, las mujeres somos un instrumento
para dar vida, las plantas generan nuevas vidas. Las mujeres somos delicadas y
frágiles, las plantas igualmente lo son.
La
belleza está asociada al género femenino, como también está asociada a las plantas
y a las flores, como parte de una naturaleza maravillosa en toda su extensión.
Hay muchas similitudes entre las mujeres y las plantas, pero también hay
algunas semejanzas trágicamente negativas, como por ejemplo, que las plantas
son consideradas un objeto de ornato y lamentablemente algunas mujeres también,
con la diferencia de que las plantas no tienen voluntad propia, pero las
mujeres sí.
Hay
diversos motivos por los que una mujer se rebaja voluntariamente a la categoría
de una planta de ornato, pero el que impera en un 99% es el dinero. Qué triste
es ver a una mujer que exhibe su cuerpo por dinero, apoyada por una sociedad
que dice: ¡Haz lo que tú quieras, sácale provecho a lo que tienes, fuera los
prejuicios, todo está permitido, el fin justifica los medios! En este mundo
actual ya no existen culpas ni vergüenza. Es un mundo de apariencias donde no
importa si para destacar en la sociedad, se tenga que utilizar a otro ser
humano como objeto decorativo o convertirse uno mismo en ello. Pero todo esto
sucede porque las mismas mujeres lo permiten y algunas hasta lo propician.
Dios
otorgó belleza a la mujer para atraer a su esposo, para que él encontrara
deleite estando cerca de ella. La belleza femenina no es un arma, como muchas
mujeres piensan, es un regalo de Dios que hay que agradecer y cuidar, pero lo
que muchas mujeres han olvidado es que hay otro tipo de belleza que es más
valiosa, más importante y que hay que cuidar más aún que la belleza física y
ésta es la belleza del alma, la belleza que realmente vale para Dios. Ésta es
la belleza que perdura, la belleza física es efímera como las hojas de una
planta que caen cada año y dejan las ramas desnudas.
Una
planta pierde sus hojas cada año, pero la savia sigue manteniéndola viva, hasta
que llega la primavera donde la planta recupera su belleza porque Dios la
vuelve a vestir con nuevas hojas y flores. Hay mujeres que se sienten vencidas,
derrotadas, arrepentidas de su vida pasada, sin ilusiones porque además han
perdido su belleza. Son como una planta que ha perdido todas sus hojas, pero sin
esperanza de recuperarlas. Estas mujeres se visten de amargura y soledad. Pero
hay esperanza para estas mujeres a quienes después de haber sacado provecho, la
sociedad rechaza, porque para Dios no hay acepción de personas. Por ellas
también murió Cristo. Hay esperanza de una nueva vida, una vida plena y feliz.
Porque al entregar su vida a Cristo y permitir que Él la renueve, que la vista
de nuevas esperanzas, ella renacerá y su vida pasada quedará atrás y olvidada
para Dios. No hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar, excepto que se
rechace a Su Hijo.
Mujer,
no importa lo que viviste en el pasado, cuando recibes a Cristo en tu vida y se
la entregas de todo corazón, ese pasado es borrado, son perdonados tus pecados
y comienzas a vivir una nueva vida, como una nueva criatura, como una plantita
llena de retoños y renovada belleza.
De
modo que si alguno está en Cristo, ya es una nueva creación; atrás ha quedado
lo viejo: ¡ahora ya todo es nuevo! 2 Corintios 5:17 RVC
Angélica
García Sch.
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