Cuando tengas un
problema, no pienses en los obstáculos para solucionarlo, solo piensa que Dios
puede hacerlo porque para Él no existen los obstáculos.
El
olor a humo se podía sentir en varias cuadras a la redonda y a pesar de que
eran las horas de la madrugada, la gente merodeaba cerca del siniestro que se
había originado en la calle Delicias 245. El fuego había alcanzado a dos casas
vecinas y amenazaba con extenderse a las siguientes, pero los bomberos estaban
trabajando intensamente para que esto no ocurriera. Todos querían saber qué
había pasado, cómo se había originado el fuego, etc.
Marta
y su hija Ruth, vivían enfrente de las casas afectadas y estaban muy afligidas
por la suerte que corrían sus vecinos, pero no habían querido salir a estorbar
el trabajo de los bomberos, como lo hacían esas otras personas que solo estaban
allí por morbo. Marta estaba muy preocupada porque se oían rumores de que había
fallecido una persona, pero no sabía si se trataría de un bombero o alguno de
sus vecinos. Ellas solo miraban por la ventana y oraban por los damnificados.
Unas
horas después, las luces de un nuevo día iluminaron la calle que mostraba las
huellas tristes del siniestro. Los bomberos se habían marchado tras haber
cumplido con su trabajo, también la ambulancia y los chismosos. Pero el
penetrante hedor del humo no se había ido, se había quedado allí como para
recordarles a los demás habitantes de la calle Delicias que las desgracias
pueden venir cuando menos se lo piensa uno.
En
casa de Marta estaban los dos niños de su vecina Teresa, la de la casa de
enfrente, la casa que ya no existía. Los niños eran muy pequeños para darse
cuenta de lo sucedido, ellos solo sabían que su mamá y hermana estaban en el
hospital porque su papá había sufrido un accidente. No había ocurrido ningún
fallecimiento a consecuencia del fuego, como había murmurado la gente la noche
anterior, el marido de Teresa había resultado herido, pero estaba vivo.
Hacia
el mediodía regresó Teresa y comentó que su esposo había sufrido quemaduras graves
al tratar de apagar el incendio y lo habían dejado hospitalizado. La mujer se
atormentaba pensando en que su vida se había derrumbado en unos minutos.
-
¡Mi
marido grave en el hospital y ya no tenemos casa, ya no tenemos nada!- exclamó
Teresa, sollozando.
-
Lo
sé Teresa y lo siento tanto, pero no pierdas la fe…
-
¿Cómo
voy a tener fe ahora? ¡Si Dios existiera no habría permitido que esto pasara!
Mi esposo está muy grave y no tengo dinero para pagar el hospital, aparte nos
hemos quedado sin techo, no tenemos adónde ir, ¡nos hemos quedado sin nada, sin
nada!- gritó la mujer, desesperada.
-
Teresa
por favor, trata de calmarte, comprendo tu situación, pero no dejes que los
niños se angustien, tranquilízate- Haciendo un gran esfuerzo Teresa se calmó,
Celia, su hija mayor, la abrazaba y trataba de reconfortarla. Se daba cuenta de
que todo eso era mucho para su madre, debía apoyarla y si era necesario dejaría
la escuela y se pondría a trabajar, pensaba la niña.
-
Tú
sabes que puedes quedarte aquí Teresa, tú y tus hijos, por el tiempo que sea
necesario, así que por eso no te preocupes. Ya nos arreglaremos, conseguiremos
ropa, zapatos, lo que haga falta para ustedes y comida aquí no va a faltar,
cuenten con nosotras. Ya verás que con la ayuda de Dios saldrán adelante y tu
marido también.
-
¿Por
qué esa ayuda no vino antes?- dijo con tristeza Teresa- A Dios no le importamos.
-
No
digas eso Teresa, sí le importas tú y tu familia. No comprendemos de momento
por qué Él habrá permitido esto, pero tienes que saber que todas las cosas son
para bien…
-
¿Cómo
va a ser esto para bien? ¿Quién puede creer eso?
-
Ahora
no lo sabemos, pero te aseguro que un día lo comprobarás Teresa. Pon tu
esperanza en el Señor.
Pasaron
los días. Poco a poco Teresa se había ido tranquilizando, gracias a las
palabras y cuidados de Marta Y Ruth, que eran como una hermana y una hija para
ella. Por las noches leían todas juntas la Biblia y Teresa había encontrado
gran consuelo en la Palabra de Dios, era una clase de esperanza que se sentía de
otra manera. Aunque la casa era pequeña se las arreglaban muy bien y gracias a
la ayuda de los miembros de la iglesia donde asistían Marta y Ruth, a Teresa y a
sus hijos no les faltaba nada, al contrario, se sentían muy a gusto conviviendo
todos juntos y cooperaban en todo, con gusto.
Más
tarde Teresa encontró un trabajo y Celia no tuvo que dejar la escuela como ella
pensaba. Su marido progresaba poco a poco en el hospital, con un tratamiento
natural para las quemaduras que no era caro, así es que la cuenta del hospital
no iba a resultar tan alta como ella pensaba. Teresa fue adquiriendo fe gracias
a la lectura de la Palabra de Dios, aunque todavía no comprendía por qué Dios
no había impedido esa catástrofe, pero ya no lo cuestionaba. Los escombros que
aún quedaban en donde estuviera su casa, le impedían olvidar lo sucedido, pero
ya no se angustiaba por su situación, porque estaba viendo que era algo que
tenía solución, gracias al poder de la oración. Su corazón estaba tranquilo
porque pensaba: “Mi esposo está en el hospital, pero está vivo. Ya no tenemos
casa, pero Dios ha dispuesto el corazón de estas vecinas para ofrecernos la
suya, además de su hermosa amistad. Todas nuestras cosas materiales se
perdieron, pero no son irreemplazables ni se comparan con el gran tesoro que
Dios nos ha dado ahora, que es el de llegar a conocerlo a Él, gracias a Marta y
a su hija.”
El
día en que dieron de alta a Daniel, adornaron la casa como para fiesta y antes
de empezar a deleitarse con la deliciosa comida que habían preparado, dieron
gracias a Dios por la bendición de su regreso y por esa nueva y preciosa
amistad.
Han
pasado varios meses desde la tragedia. El esposo de Teresa regresó a su
trabajo, han podido rentar una nueva casa, a la que poco a poco han ido
equipando con lo necesario. Pero lo mejor de todo es que esa casa está muy cerca
de la de Marta y Ruth, así que siguen siendo vecinos, pero ahora más que
vecinos, amigos y todos los domingos, después de la iglesia, se reúnen para
compartir juntos como una gran familia.
“Por
lo tanto les digo: No se preocupen por su vida, ni por qué comerán o qué
beberán; ni con qué cubrirán su cuerpo. ¿Acaso no vale más la vida que el
alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que no
siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, y el Padre celestial las
alimenta. ¿Acaso no valen ustedes mucho más que ellas?” Mateo 6:25-26
Angélica
García Sch.
No hay comentarios:
Publicar un comentario