Llovía
intensamente esa tarde y en el departamento de los Rodríguez, que se encontraba
en el tercer piso de un pequeño edificio, estaba toda la familia a resguardo.
Esteban, el padre, veía la televisión en la sala y Amelia y sus tres hijas
estaban en la cocina, preparando bocadillos, entonces Clarita, la más pequeña
dijo:
-
Mamá,
¿has visto cómo está allá afuera? ¡está todo inundado!… ¡Mamá, doña
Esperancita!- exclamó la niña. Doña Esperancita era la portera del lugar, cargaba
con muchos años encima y vivía sola en la planta baja. Los Rodríguez le tenían
mucho afecto.
-
Es
verdad, debemos averiguar cómo se encuentra- respondió la madre.
-
¡Yo
voy!- exclamó la pequeña.
-
No,
deja que tus hermanas vayan.
-
¡Sí,
enseguida vamos!- respondió Rosa y su hermana Luisa fue detrás de ella. Bajaron
las escaleras y al llegar al primer piso, vieron a Esperancita, sentada en las
escaleras, sujetando fuertemente a su gato Alfredo, para que no se le escapara.
-
¡Esperancita!,
¿qué hace usted aquí?- exclamó Rosa.
-
Ay
hija, se metió el agua a mi casa, por eso me salí…
-
Pero
Esperancita, ¿por qué se quedó aquí en las escaleras?, usted sabe que arriba
tiene su casa, venga con nosotras, no se puede quedar aquí.
-
Pero
tengo a Alfredo conmigo- dijo mostrando debajo de su chal a su gato blanco.
-
¡Tráigalo
Esperancita!, no se preocupe, subamos- Y le ayudaron a subir las escaleras
hasta el tercer piso.
-
¡Bienvenida
Esperancita!- exclamó la mamá al verla.
-
Venga
con nosotras, estamos preparando bocadillos. Entraron a la cocina y le ofreció
una silla. La mujer se sentó, tratando de ocultar a Alfredo entre sus ropas.
Amelia sonrió, llenó un platito con leche y lo puso en el piso. Esperancita
soltó al gato y éste corrió a beber la leche.
-
Esperancita,
¿está muy inundada su casa, hasta dónde llega el agua?- preguntó Clarita.
-
Me
llegaba a los tobillos cuando me salí.
-
Ay
Esperancita, ¿trae los pies mojados? ¡Se puede enfermar!- dijo Amelia- Clarita
ve por una toalla- la niña fue por la toalla y ella misma secó los pies de la anciana.
Una lágrima rodó por la mejilla de la mujer.
-
¿Pero
qué le pasa Esperancita, por qué llora?- preguntó la niña- ¿está triste por su
casa?
-
Ay
mi niña, personas como ustedes ya no quedan en este mundo. No, no estoy triste,
es mi corazón que se conmueve por sus atenciones.
La
verdad era que nadie sabía nada acerca de la procedencia de doña Esperancita.
Parecía que había nacido con el edificio, ella ya estaba allí antes de la
llegada de cada inquilino, pero eso a nadie interesaba, bueno, casi a nadie, porque
los Rodríguez siempre se lo habían preguntado entre ellos, sin atreverse a
preguntárselo a ella misma, pero Amelia pensó que esa sería una buena
oportunidad para hacerlo. La invitaron a pasar al comedor para merendar, la
anciana se sintió un poco cohibida, pero finalmente aceptó sentarse con la
familia. Hacía frío afuera y también en su cuarto de la planta baja, pero allí
en casa de los Rodríguez, se sentía un calor agradable, pero más que nada, se
sentía ese calor de hogar que transmite el amor familiar. Por un momento ella
se imaginó que era su propia familia la que la rodeaba, era como un sueño del
que no quería despertar. Entonces Amelia dijo:
-
Esperancita
y usted ¿de dónde es? ¿tiene familia?
-
Mi
familia es Alfredo…-respondió sonriendo- la vida ha sido dura para mí, pero le
agradezco a Dios por lo que tengo, hay gente que está peor.
-
Cuando
pase la lluvia, iremos a ayudarle con sus cosas Esperancita, veremos que
podemos salvar- dijo Esteban.
-
¡Uh,
si casi no tengo nada señor! Una silla, una mesa, un ropero viejo y mi cama.
Esas son mis pertenencias.
-
Le
ayudaremos a secar y a limpiar, no se preocupe. Nunca había llovido antes de
esta manera ¿verdad?
-
No
señor, nunca se había metido el agua a mi cuarto sin permiso- respondió la
anciana y todos rieron. ¿Cómo era posible que teniendo tan poco y bajo esas
circunstancias, ella podía bromear? Esa era la pregunta que todos se hacían en
ese momento. Entonces como si ella los hubiese escuchado, dijo:
-
Hace
muchos años yo tuve una familia… tuve dos hijos, niño y niña… Mi esposo era un
hombre que quería lo mejor para nosotros, como todo padre y esposo, así que una
vez, cuando llegaron unos forasteros al pueblo y le ofrecieron un negocio muy
bueno, según ellos, él aceptó pensando que una oportunidad como esa no se iba a
repetir. Pero resultó ser gente mala, lo engañaron y al final lo terminaron
involucrando en un crimen en el que él no participó, pero igual terminó en la
cárcel… En el pueblo de donde soy, si alguien caía en la cárcel, toda su
familia era señalada con dedo acusativo. La vida se volvió muy difícil para mí
y mis hijos, que aún eran pequeños. Nadie me quería dar trabajo, así es que yo hacía
dulces o tejía ropa de bebé para vender. Sobrevivimos por la misericordia de
Dios que nunca nos dejó, de alguna u otra manera no faltó el pan en nuestra
mesa.
-
¿Y
por qué se quedó allí, por qué no se fue con sus hijos a otra parte?- se
entrometió Clara.
-
No
podía irme y dejar a mi esposo solo allí donde estaba prisionero. Si nos
íbamos, ¿quién le iba a llevar comida? Él no tenía a nadie más... Pero pasaron
los años y mis hijos crecieron y se fueron del pueblo. Nunca más volví a saber
de ellos. Mi esposo murió en la cárcel, murió de tristeza al saber que ellos se
olvidaron de nosotros. Entonces yo me vine a la ciudad y… esa es mi historia-
terminó diciendo doña Esperancita, con una sonrisa triste dibujada en sus
labios arrugados por el tiempo.
Todos se quedaron en silencio, turbados, sin saber qué
decir, pero Clarita siempre sabía qué decir y dijo:
-
Yo
creo que usted y Alfredo no van a poder dormir en su casa hoy Esperancita- dijo
Clarita- así que se dormirá en mi cama
con Alfredo y yo dormiré con mis hermanas ¡no se diga más!
Detrás
de cada persona hay una historia. Muchas personas pasan desapercibidas ante
nuestros ojos, pero nunca ante los ojos de Dios. Él conoce la historia de todos
nosotros, conoce nuestros pensamientos, nuestras penas y alegrías. Procura que
en tu historia haya siempre agradecimiento hacia Dios por los buenos y también
por los malos momentos de tu vida.
Angélica
García Sch.
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