miércoles, 6 de abril de 2016

DOÑA ESPERANCITA



Llovía intensamente esa tarde y en el departamento de los Rodríguez, que se encontraba en el tercer piso de un pequeño edificio, estaba toda la familia a resguardo. Esteban, el padre, veía la televisión en la sala y Amelia y sus tres hijas estaban en la cocina, preparando bocadillos, entonces Clarita, la más pequeña dijo:
-       Mamá, ¿has visto cómo está allá afuera? ¡está todo inundado!… ¡Mamá, doña Esperancita!- exclamó la niña. Doña Esperancita era la portera del lugar, cargaba con muchos años encima y vivía sola en la planta baja. Los Rodríguez le tenían mucho afecto.
-       Es verdad, debemos averiguar cómo se encuentra- respondió la madre.
-       ¡Yo voy!- exclamó la pequeña.
-       No, deja que tus hermanas vayan.
-       ¡Sí, enseguida vamos!- respondió Rosa y su hermana Luisa fue detrás de ella. Bajaron las escaleras y al llegar al primer piso, vieron a Esperancita, sentada en las escaleras, sujetando fuertemente a su gato Alfredo, para que no se le escapara.
-       ¡Esperancita!, ¿qué hace usted aquí?- exclamó Rosa.
-       Ay hija, se metió el agua a mi casa, por eso me salí…
-       Pero Esperancita, ¿por qué se quedó aquí en las escaleras?, usted sabe que arriba tiene su casa, venga con nosotras, no se puede quedar aquí.
-       Pero tengo a Alfredo conmigo- dijo mostrando debajo de su chal a su gato blanco.
-       ¡Tráigalo Esperancita!, no se preocupe, subamos- Y le ayudaron a subir las escaleras hasta el tercer piso.
-       ¡Bienvenida Esperancita!- exclamó la mamá al verla.
-       Venga con nosotras, estamos preparando bocadillos. Entraron a la cocina y le ofreció una silla. La mujer se sentó, tratando de ocultar a Alfredo entre sus ropas. Amelia sonrió, llenó un platito con leche y lo puso en el piso. Esperancita soltó al gato y éste corrió a beber la leche.
-       Esperancita, ¿está muy inundada su casa, hasta dónde llega el agua?- preguntó Clarita.
-       Me llegaba a los tobillos cuando me salí.
-       Ay Esperancita, ¿trae los pies mojados? ¡Se puede enfermar!- dijo Amelia- Clarita ve por una toalla- la niña fue por la toalla y ella misma secó los pies de la anciana. Una lágrima rodó por la mejilla de la mujer.
-       ¿Pero qué le pasa Esperancita, por qué llora?- preguntó la niña- ¿está triste por su casa?
-       Ay mi niña, personas como ustedes ya no quedan en este mundo. No, no estoy triste, es mi corazón que se conmueve por sus atenciones.
La verdad era que nadie sabía nada acerca de la procedencia de doña Esperancita. Parecía que había nacido con el edificio, ella ya estaba allí antes de la llegada de cada inquilino, pero eso a nadie interesaba, bueno, casi a nadie, porque los Rodríguez siempre se lo habían preguntado entre ellos, sin atreverse a preguntárselo a ella misma, pero Amelia pensó que esa sería una buena oportunidad para hacerlo. La invitaron a pasar al comedor para merendar, la anciana se sintió un poco cohibida, pero finalmente aceptó sentarse con la familia. Hacía frío afuera y también en su cuarto de la planta baja, pero allí en casa de los Rodríguez, se sentía un calor agradable, pero más que nada, se sentía ese calor de hogar que transmite el amor familiar. Por un momento ella se imaginó que era su propia familia la que la rodeaba, era como un sueño del que no quería despertar. Entonces Amelia dijo:
-       Esperancita y usted ¿de dónde es? ¿tiene familia?
-       Mi familia es Alfredo…-respondió sonriendo- la vida ha sido dura para mí, pero le agradezco a Dios por lo que tengo, hay gente que está peor.
-       Cuando pase la lluvia, iremos a ayudarle con sus cosas Esperancita, veremos que podemos salvar- dijo Esteban.
-       ¡Uh, si casi no tengo nada señor! Una silla, una mesa, un ropero viejo y mi cama. Esas son mis pertenencias.
-       Le ayudaremos a secar y a limpiar, no se preocupe. Nunca había llovido antes de esta manera ¿verdad?
-       No señor, nunca se había metido el agua a mi cuarto sin permiso- respondió la anciana y todos rieron. ¿Cómo era posible que teniendo tan poco y bajo esas circunstancias, ella podía bromear? Esa era la pregunta que todos se hacían en ese momento. Entonces como si ella los hubiese escuchado, dijo:
-       Hace muchos años yo tuve una familia… tuve dos hijos, niño y niña… Mi esposo era un hombre que quería lo mejor para nosotros, como todo padre y esposo, así que una vez, cuando llegaron unos forasteros al pueblo y le ofrecieron un negocio muy bueno, según ellos, él aceptó pensando que una oportunidad como esa no se iba a repetir. Pero resultó ser gente mala, lo engañaron y al final lo terminaron involucrando en un crimen en el que él no participó, pero igual terminó en la cárcel… En el pueblo de donde soy, si alguien caía en la cárcel, toda su familia era señalada con dedo acusativo. La vida se volvió muy difícil para mí y mis hijos, que aún eran pequeños. Nadie me quería dar trabajo, así es que yo hacía dulces o tejía ropa de bebé para vender. Sobrevivimos por la misericordia de Dios que nunca nos dejó, de alguna u otra manera no faltó el pan en nuestra mesa.
-       ¿Y por qué se quedó allí, por qué no se fue con sus hijos a otra parte?- se entrometió Clara.
-       No podía irme y dejar a mi esposo solo allí donde estaba prisionero. Si nos íbamos, ¿quién le iba a llevar comida? Él no tenía a nadie más... Pero pasaron los años y mis hijos crecieron y se fueron del pueblo. Nunca más volví a saber de ellos. Mi esposo murió en la cárcel, murió de tristeza al saber que ellos se olvidaron de nosotros. Entonces yo me vine a la ciudad y… esa es mi historia- terminó diciendo doña Esperancita, con una sonrisa triste dibujada en sus labios arrugados por el tiempo.
Todos se quedaron en silencio, turbados, sin saber qué decir, pero Clarita siempre sabía qué decir y dijo:
-       Yo creo que usted y Alfredo no van a poder dormir en su casa hoy Esperancita- dijo Clarita-  así que se dormirá en mi cama con Alfredo y yo dormiré con mis hermanas ¡no se diga más!

Detrás de cada persona hay una historia. Muchas personas pasan desapercibidas ante nuestros ojos, pero nunca ante los ojos de Dios. Él conoce la historia de todos nosotros, conoce nuestros pensamientos, nuestras penas y alegrías. Procura que en tu historia haya siempre agradecimiento hacia Dios por los buenos y también por los malos momentos de tu vida.


Angélica García Sch.

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